Vestidas de gitanas

Los agentes comienzan a disparar al aire sus fusiles. A la una de la madrugada, bajo la luz vacilante de las tenues farolas de Bucarest, se desata una batalla campal. Las tropas disparan a matar, mientras lanzan a toda velocidad sus tanquetas hacia la multitud. Frente a la entrada del hotel seis muchachos mueren aplastados. Una estudiante con las piernas cercenadas agoniza entre espantosos alaridos, sin que nadie pueda acercarse a auxiliarla.

Al despuntar el alba, el viernes 22 de diciembre, varios camiones de limpieza llegan a la plaza para limpiar con sus mangueras los enormes charcos de sangre. Nicolás Ceausescu, que ha pasado la noche en la sede del Comité Central, decreta el estado de emegencia en toda la nación. Ya es muy tarde. Enloquecidos por la espantosa carnicería de la madrugada, cientos de miles de jóvenes se adueñan de la ciudad, de la que han desaparecido misteriosamente las tropas del Ejército y las unidades policiales.

Las hijas de Zapatero, digo.

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