Para lo que ha quedado...

Así que cuando veo a Pujol cantando a dúo con González la balada de la gobernabilidad, en el porche de Moncloa, me siento tranquilo; el sevillano se ha convertido ya en una especie de mayoral o arrendatario del catalán. Desde su despacho de la Casa dels Canonges, en la plaza de Sant Jaume, el Honorable, ha sido por fin, a la vez, Bolívar y Bismarck. Según el maravilloso libro de Pilar Ferrer y Luisa Palma, desayuna judías secas, huevos fritos y butifarra. Y hay en él algo que denota su perspicacia y su dignidad políticas, su respeto a las instituiciones.

Le gustaba mucho ir en bicicleta, «pero he aquí que un día escuché el comentario de un camarero que decía con burla, "mira tú, la Generalitat en bicicleta"». Y se apeó. Respeta a las instituciones catalanas, está entroncado, según Obiols, con la tradición ruralista y conservadora. Es el hombre, dice Sabino Fernández Campos, de los dos pasos adelante y uno atrás. Antoni Plaja, en una tesis universitaria estudió las palabras clave del discurso de Pujol: «Hacer país, amar el país, construir el país, hacer pueblo, hacer patria, que Catalunya sea, que Catalunya sea un pueblo, hacer partido, anar per feina, (ir al grano) peix al cove ( pescado al cesto), nacionalizar Catalunya»

Pero, al final, el honorable tal vez ha comprendido que si Cataluña es un nación sin Estado, no será nada ni Cataluña ni España si se hunde el Estado.

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