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La única esperanza que les queda a los «chorrilleros» es que el nuevo Gobierno deshaga toda la política seguida por Endara durante estos cinco años hacia los desplazados por la invasión. Eso, al menos, espera Ashton Bancroft, quien, además, piensa «llevar a capítulo» al gobernante que sustituyó a Noriega. Para Ashton, el actual presidente, Ernesto Pérez Balladares «Toro» y su Partido Revolucionario Democrático «no tienen compromisos con el Gobierno de los Estados Unidos» y pueden reclamar una indemnización justa.

Lo más significativo de la actual situación política de Panamá es que el torrijista Partido Revolucionario Democrático, vencedor en las últimas elecciones, era el que estaba en el poder cuando, hace cinco años, se produjo la invasión. «Los panameños -sentencia el joven Israel- hemos pasado factura a los norteamericanos y esto demuestra lo inútil que fue la invasión».

La mayoría, los humildes, guardó silencio. Llegaba otro amo. Pero fueron muchos los que se sintieron humillados por la prepotencia del conquistador y su desprecio ante la dignidad y las leyes del pueblo ocupado. «Leyes de una república de bananas y putas, a quién carajo le importan», me dijo un suboficial de origen hispano en plena fantasía bélica.

La minoría dominante de clase media-alta degradó el honor de su país aclamando en las calles a los soldados norteamericanos como héroes libertadores. Las muchachas de buena familia servían canapés a los hombres del general Carl W. Stener, comandante de la 82 División Aerotransportada, en el barrio residencial de El Morro, la otra cara del arrasado El Chorrillo.

Todos jugaban a la guerra en Panamá porque la verdadera resistencia militar fue de parvulario. Ron y salsa mezclado con unas gotitas de pólvora. Los hombres que creyeron en las consignas del general Noriega fueron reducidos en horas e internados en campos de prisioneros.

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