Un tío siliconado, sin curvas destacables

Desde que manda tanto, trato a Jordi Pujol a todas horas; está metido en mi ordenador (pujol1, pujol2, así hasta pujol6); unos días le admiro, algunos le temo; estos son los menos; lo más frecuente es que el Honorable me desconcierte, me descoloque, me intrigue, me alucine.

En los años setenta la reivindiación «Volem l'Estatut», no era específicamente catalana, la apoyamos en todo el Estado; quiero decir que comprendo el problema de Cataluña. Pero una cosa es su autogobierno, y hasta su autoderminación y otra inesperada, es que manden en nosotros. Poco a poco he ido cambiando y he llegado a la conclusión de que no está mal que importemos políticos catalanes como antes importábamos tejidos.

España (ese país en el que las matemáticas y los catalanes fueron considerados enemigos hasta que llegaron los republicanos, los krausistas y la Institución) ha dado un salto histórico y ha pasado de desconfiar de ellos, a entregarles el poder.

Tal vez estemos en el camino correcto. Esta nación tan mal gobernada desde los reyes godos, envuelta en el atraso, la superstición y el casticismo, ganará mucho con la aportación de los catalanes, su pragmatismo, su espíritu mercantil, su seny, su sentido democrático. La nación en la que todo hombre daba del fondo de su pecho la misma quejumbre que en el siglo XIII el poema de Fernán González: «Señor, ¿por qué nos tienes a todos fuerte saña?, por los nuestros pecados non destruyas España». 

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