El fugaz nacimiento de un emperador

Nadie ha olvidado en Panamá la invasión norteamericana, hace cinco años. Los vecinos de su barrio más popular, arrasado por las llamas, siguen reclamando la vuelta a sus hogares.

Antes de la invasión de Panamá, el popular barrio de El Chorrillo era un pedazo de las Antillas implantado en el centro urbano de la capital. Sus habitantes, casi en su totalidad de raza negra, eran hijos y nietos de los obreros traídos a comienzos de siglo desde Jamaica, Haití, Barbados y Trinidad para sustituir a los chinos o indígenas que no aguantaban la dureza de los trabajos de la construcción del Canal. Por eso, en El Chorrillo, antes de que fuera destruido por un incendio durante la invasión, todavía muchas personas seguían hablando inglés en vez de castellano y las casas, de dos pisos y hechas con tablas, tenían el sabor de los pueblos caribeños de las Antillas anglófonas.


En El Chorrillo también reinaba una pobreza mal disimulada por el variopinto colorido de las casa coloniales; una zona de «mala nota», cuyos tugurios, bulliciosas tabernas y prostíbulos no hacían más que reforzar su fama de barrio «lumpen». Y, en medio de todo este terreno de cultivo para una delincuencia endémica, el Cuartel Central de Noriega, «Cara de Piña», objetivo número uno de la acción militar norteamericana del 20 de diciembre de 1989.

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