Mariquita Pérez

Violencias que horrorizarían la sensibilidad de determinadas sociedades se contemplan en otras como rituales sacrificales, mediaciones con la divinidad o rituales de cohesión del cuerpo social: los sacrificios humanos al dios Quetzalcóatl, los chivos expiatorios (brujas, judíos o herejes) para exorcizar los miedos de la sociedad medieval (Jean Delumeau, El miedo en Occidente, Taurus), los tormentos o la crueldad en la ejecución de penas de muerte avaladas por el derecho jurídico... constituyen derivaciones del horror que se han canonizado e instrumentalizado socialmente. En esa asimilación homeopática del horror y sus violencias, los crímenes pasionales, la muerte en las guerras convencionales, o las vendettas mafiosas, se pueden justificar, pese a su espanto, como extravíos de la razón, ineludibles deberes patrióticos o inopinados códigos de sangre.

Incluso ese horror difuso pasa a formar parte del acervo cultural de ciertos pueblos. Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, refiriéndose a los persistentes cultos a la muerte entroncados con la cultura precolombina y mixtificados con la religión cristiana, dice: «La contemplación del horror, y aun la familiaridad y la complacencia en su trato, constituyen contrariamente uno de los rasgos más notables del carácter mexicano». 



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