Pinocho

Esa imaginería del horror se reforzaba invocando las cicatrices de una memoria histórica todavía viva: ustachis (fascistas croatas), chetniks (partisanos serbios) y musulmanes bosnios revivían los odios congelados desde el término de la segunda guerra mundial y ciertas palabras como «limpieza étnica» (exterminio racial) o «corbata serbia» (degollar al enemigo y sacarle la lengua por el tajo) volvían a recuperar el terror de su eufemismo infame. Ningún sistema ideológico, teoría política, estrategia militar, afirmación racial o religiosa, control sobre zonas o riquezas económicas explicaba convincentemente ese despliegue de vértigos sanguinarios y destructivos. 

La historia parecía dar la razón a Georges Bataille cuando afirma en su obra La parte maldita (Icaria) que la humanidad se rige por un impulso insensato de gasto suntuario, de derroche sin sentido de energías excedentes, de «potlach»; donde el horror, en su soberanía irreductible, en su multiformidad, funda sociedad y cultura. El horror está dentro de nosotros, latente, innombrable, al acecho. El horror es la primera conciencia del ser respecto a la nada y la última ratio de toda filosofía. El horror es nuestro sentimiento natural frente a la incomprensibilidad de la vida y su límite extremo: la muerte. Horror ante la inmanencia sedicente de nuestra animalidad. Horror (Deimos) desmultiplicado en indecibles sentimientos de angustia, asco, dolor, desesperación... (Fobos). Horror como principio de deseo, que fascina y estremece. Todas las civilizaciones sedicentemente han tratado de aliviar el horror reduciéndolo a un sistema valorativo.



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