Un alma perdida

Son su seguro de vida. Mezclados entre la masa de refugiados, gozan de una absoluta impunidad y de una preciosa libertad de movimientos. Especialmente a partir de las 3 de la tarde. A esa hora la caravana de coches de las organizaciones humanitarias sale de los campos. Hasta las 7.30 de la mañana, los campos son testigos mudos de violaciones, asesinatos, robos y entrenamientos militares. Todo bajo la única vigilancia de los propios autores de estas tropelías, los militares y los milicianos, que han creado «policías» para controlar estas ciudades de lona.

Los instigadores y autores materiales de la matanza ruandesa necesitan el mayor número de refugiados posible junto a ellos, para que la ayuda internacional siga llegando masivamente. La comida, las medicinas, la leña... El gran esfuerzo del mundo desarrollado para ayudar a los exiliados ruandeses es acaparado en su mayor parte por las mafias que dominan todos los aspectos de la vida en los campos de refugiados.

Militares y milicianos han obligado a las organizaciones no gubernamentales (ONG) a trabajar a través de ellos. Un «selecto» grupo de refugiados recibe la ayuda que debería redistribuir a sus compatriotas. Pero no se la dan, se la venden.


El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) es consciente de esta situación. Un informe interno enviado a Nueva York reconoce que el ejército en el exilio se está preparando de nuevo para la guerra.



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