Vuela, vuela/lalala

Aquella noche, el barrio, que había dado claras muestras de su oposición a Noriega, se vio convertido, involuntariamente, en un escenario bélico sobre el que se propagó, en el marco de un espectáculo apocalíptico, un incendio que a su paso iba destruyendo las casas de madera como si de cajas de cerillas se tratara. El devorador fuego solamente se detuvo al toparse con los edificios de ladrillo y cemento de la Parroquia de Fátima, donde un sacerdote vasco, Javier Arteta, intentaba poner orden en medio del caos.

Según comenta Arteta, de no ser por sus consecuencias fatales, habría sido digno de admiración el ballet de los helicópteros lanzando sus disparos precisos sobre el Cuartel Central. A Arteta le tocó atender heridos, dar la extremaunción entre los tanques y dar asistencia religiosa a los «marines». Aunque la opinión general considera que el incendio fue provocado por el bombardeo, Javier Arteta asegura que fueron otras manos las que prendieron la mecha, en una velada alusión a los seguidores de Noriega.

Eric Prado, entonces miembro de las Fuerzas de Defensa y ahora taxista, piensa, sin embargo, que los norteamericanos «primero prendieron fuego a todo lo que estaba alrededor y después atacaron el Cuartel Central». Eric fue detenido cuando iba de paisano en un coche, aunque todavía con el fusil, con otros tres compañeros. «No nos mataron de milagro», recuerda. En ese momento surgió disparando un «batallonero», un miliciano norieguista. «Lo cogieron por detrás y allí mismo lo mataron. Muchos -afirma Eric- no estábamos con Noriega, pero no se puede hacer eso para llevarse a una sola persona».

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