Cursilada llena de tópicos y citas habituales

Hubo una ocasión, hace apenas un año, en que el acuerdo de paz en Euskadi fue verosímil. Por primera vez en la larga historia de esas conversaciones bajo el fuego, -casi nunca públicamente reconocidas-, los dos contendientes tenían mucho que perder. ETA, debilitada por la envergadura de una intervención francesa no prevista, tenía que afrontar, además, el drama personal de sus más de quinientos presos y extraditados. 

El Gobierno socialista, acechado por la sombra del subcomisario Amedo, acusaba la fuerte deslegitimación inducida por algo que era más que una sospecha. Muchos creímos ver, entonces, el final del túnel. Aun cuando hubiera de ser al precio de una simultánea amnesia histórica sobre GAL y ETA. Fue una ilusión que acabó mal. Todavía estamos esperando que alguien nos dé alguna explicación de las razones reales que quebraron los acuerdos de Argel. Lo que sí sabemos es lo que vino tras la ruptura: una espiral de órdagos, sabiamente administrados para intimidar al adversario. Sólo ese punto de fuga hacia el riesgo sopesado del enloquecimiento, puede explicar una dinámica irracional como la que se inició, el otoño pasado, con el asesinato de la fiscal Carmen Tagle, para culminar con el de «Josu». 


Muchas cosas cambiaron entonces. El modelo que primaba como objetivo a los aparatos militar y ejecutivo del Estado fue trastrocado por ETA, la cual buscaba con ello provocar un estado de temor difuso, que hiciera esfumarse simbólicamente la materialidad de la línea de frente. La ambigüedad del discurso gubernamental pasó, al mismo tiempo, a hacerse casi inextricable. Dureza extrema, por un lado, en lo concerniente a la cuestión de la dispersión carcelaria.

Comentarios

Entradas populares: