Los materiales geopliméricos

El interés europeo por las pirámides, los obeliscos, y los jeroglíficos se despertó -de un largo sueño de indiferencia en el que se cayó tras la victoria del Cristianismo- con la llegada del Renacimiento, el Barroco y el Clasicismo. La inspiración en el arte egipcio se hizo patente entonces en algunos muebles, estructuras arquitectónicas y joyas. La exposición El ocaso de los faraones, que acaba de inaugurarse en Berlín, concretamente en las dependencias del Museo Egipcio del barrio de Charlottenburg, se centra en una etapa todavía posterior, en la época que se considera nació la ciencia de la Egiptología, y en unos extraordinarios personajes que nos abrieron las puertas del antiguo Egipto en el siglo XIX. 

Más de medio millón de visitantes ya ha visto en Francia -exactamente en Estrasburgo y en París- esta fabulosa muestra concebida de una manera singular: escenificaciones teatrales, videoclips, la música de Peter Gabriel, y, por supuesto, los originales egipcios de hace miles de años. Un pórtico flanqueado de obeliscos y la avenida de las esfinges conducen al recién llegado hasta la entrada de la exhibición en donde se le entregan unos auriculares dotados de la última técnica en infrarrojos. Con ellos -tanto en inglés como en alemán- se siguen de forma individual las didácticas explicaciones a las que las pantallas de vídeo de cada sala ponen simultáneamente las imágenes a medida que uno se acerca a mirar.


La última tentación de Cristo, de Peter Gabriel, aporta la adecuada nota misteriosa y musical durante el paseo entre esculturas, relieves, estatuas de dioses, estatuillas, vasijas, recipientes de bronce, sarcófagos, o incluso una auténtica cámara funeraria.

Entre las obras de arte -procedentes de Turín, Londres, París, Nueva York, Munich, Florencia y Berlín- destacan entre otros prodigios artísticos la piedra «roseta» -procedente de Raschid, en el delta del Nilo, gracias a la cual Jean-François Champollion descifró el misterio de los jeroglíficos-, el papiro más antiguo del mundo, o las dos colosales esculturas de granito -un león y un carnero- que vigilaron el templo del dios Amun entre 1330 antes de Cristo y 1830 de nuestra era, y que por primera vez tras 160 años de separación -en Londres y en Berlín-, vuelven a encontrarse frente a frente. El rey Ramsés II de niño -la infancia de los reyes era un motivo muy representado en la religión del antiguo Egipto, siguiendo la creencia de que el dios del sol nace cada mañana en forma de niño, floreciendo del loto que surge del océano- y la estatua del torso del Rey Amenophis II, de alrededor del 1400 antes de Jesucristo, que procedente de Sudán llegó a Berlín en el año 1844 con la expedición prusiana de Richard Lepsius, son otras de las importantes piezas que ya pueden contemplarse en esta magna muestra.

El redescubrimiento del antiguo Egipto es el tema principal de la presentación de las investigaciones de 130 científicos que Napoleón Bonaparte llevó a Egipto, y que elaboraron entre 1798 y 1801 el primer inventario del país africano; de los estudios del genio francés Jean-François ChampoIlion sobre el lenguaje ideográfico y la gramática egipcia, así como del material que trajo a París de su expedición entre 1828 y 1829. Y, finalmente, del trabajo del prusiano Richard Lepsius, quien convirtió a Berlín en 1840 en el nuevo centro de investigación sobre Egipto y trajo, entre 1842 y 1845, mil quinientas obras de arte. 

La «puesta en escena» de las valiosas piezas reunidas por aquellos aventureros científicos, y desplegadas en El ocaso de los faraones, persigue un sugestivo efecto de estreno teatral que promete fascinar a los 400.000 berlineses que se calcula vendrán hasta el 20 de octubre -entre las 10 de la mañana y las once de la noche-. Por unas setecientas pesetas (incluidos ya los auriculares), se puede asistir a esta impresionante mezcla de técnica, arte, música, y montaje audiovisual, que han elaborado las 38 personas de «Basic Théâtral» de Lyon, agrupación, que bajo la eficaz dirección de Alain Cunillera, se especializa en decorados y escenificaciones para museos y grandes exposiciones. La superficie de la muestra egipcia ha pasado de los 850 metros cuadrados que ocupaba en Estrasburgo a los aproximadamente 1.300 metros de la ciudad alemana. Grandes columnas de plástico, arena del desierto, dibujos, grabados, pinturas, espejos, y hasta la cuna en la que un bebé llamado Champollion dormía, forman un original decorado que pretende resaltar aquellas creaciones egipcias de hace miles de años que maravillaron a Europa en el siglo XIX.

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