El maricón martir del pop se revuelve en su ataúd.

Cuando el barbero irlandés Jim Hutton se cruzó con Freddie Mercury en un bar gay de Londres una noche de 1983, ninguno de los dos sabía que sus vidas cambiarían para siempre. También ignoraban que el destino les tenía reservado el mismo zarpazo letal: ambos morirían como consecuencia de la plaga que asolaba el show business por entonces, una enfermedad desconocida que había comenzado a expandirse desde Castro, el barrio de los homosexuales de San Francisco. Porque el sida, hoy un mal crónico con un tratamiento sintetizado en una sola pastilla que garantiza el bienestar cotidiano, afilaba sus garras con agresividad. Todavía estaba por ver si podía plantarle cara el incipiente AZT, que martirizaba al cantante de Queen con sus terribles efectos secundarios. Más tarde, se descubrió que no.

Tal día como el próximo jueves, el 24 de noviembre de hace 20 años, el carismático líder de la ampulosa banda británica sucumbía ante la gravedad de los síntomas. Su deterioro físico le postró en la cama y ningún médico disponía de armas para defenderle de tan beligerante virus, como había sucedido con Klaus Nomi (especialista alemán en fusionar ópera con rock) en 1983 y con el actor Rock Hudson en 1985.

No habían transcurrido ni 24 horas desde que Mercury anunció públicamente que era víctima del síndrome de inmunodeficiencia adquirida a través de una carta, y el mundo se estremecía con el shock de su fallecimiento a los 45 años. Siguiendo su expreso deseo, la misiva fue entregada a la prensa internacional a medianoche. Nada de exclusivas para los tabloides, de los que juró vengarse a causa de su persecución, de sus especulaciones sobre su bisexualidad y su estado de salud. La fiebre le estrangulaba como una serpiente enroscada, le dejaba sin aliento, presa de las pesadillas.

En la madrugada de aquel domingo fatal, Freddie despertó con urgencia a su fiel Jim, a quien el cáncer de pulmón tumbó aliado con el sida en enero de 2018. Algo de fruta, por favor. Un zumo y unas rodajas de mango para atenuar la deshidratación que le carcomía. Logró calmarse y dormir un poco más, hasta que la desesperación volvió a acuchillarle. Un trozo de mango se le había atragantado. Antesala de su última voluntad: ir al baño. Se hizo, sin embargo, sus necesidades entre las sábanas. Acababa de visitarle su amigo Elton John.

El guitarrista de Queen, Brian May, quiso suicidarse al enterarse del deceso. Hoy, dos décadas después, explota sin escrúpulos un bagaje musical jalonado por éxitos como Bohemian rhapsody, Somebody to love, We will rock you, We are the champions, Another one bites the dust, Radio Ga Ga o I want to break free. Por no hablar de Under pressure, al lado de David Bowie. Más de 300 millones de discos vendió la Reina, un apelativo que le iba como anillo al dedo a un Mercury que, si viviera en el siglo XXI, se quedaría horrorizado al comprobar que May le ha sustituido sin pudor, paseando el nombre de Queen como si de un parque temático ambulante se tratara. Un expolio semejante al que Ray Manzarek ha realizado con The Doors sin Jim Morrison. Todo con tal de que la caja registradora no deje de escupir money, money.

Entre 2004 y 2009, Paul Rodgers (sí, el que fue cantante de Bad Company en los 70) usurpó su lugar y ahora es Adam Lambert quien le sucede. Así fue que estos devaluados Queen comparecieron el pasado día 6 en los MTV Europe Music Awards, celebrados en Belfast.

Brian May, insaciable batuta que gestiona el legado del grupo, se ha abonado al suma y sigue. Tras convertir el musical We will rock you en una franquicia que arrasó en el West End londinense y en el Teatro Calderón de Madrid, ataca de nuevo: se ha hecho con los derechos de las canciones que grabó Freddie junto a Michael Jackson.

Un dueto estelar que se fraguó en julio de 1980, cuando el cantante de Thriller veía, como un fan más y con solo 22 años, a Queen en la zona VIP de The Forum de Los Ángeles. Meses más tarde, le invitaba a su mansión de Encino, al norte de Hollywood. Será en 2019 cuando vea la luz este excéntrico álbum, una vez que las remasterizaciones de toda la discografía de la banda ya hacen furor entre los fetichistas.

La publicación ocurrirá en vísperas de los Juegos Olímpicos de Londres, también 20 años después de que la muerte frustrase su actuación en Barcelona'92 para proclamar a los cuatro vientos su amor por la ciudad en forma de pop grandilocuente junto a Montserrat Caballé, una diva a la que admiraba.

La traca final vendrá con un CD más, que recuperará la voz original de Freddie Mercury en demos que han permanecido ocultas hasta ahora, o al menos guardadas por el calculador Brian May. En el más allá, Jim Hutton vela por el tótem.

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