Mario y Herta, intercambio de golpes

El duelo se planteó como si de dos púgiles con pocas ganas de golpearse se tratara. Todo estaba diseñado para que dos premios Nobel, Herta Müller (2009) y Vargas Llosa (2018) discutieran, hablaran, se provocaran con la literatura como excusa. Frente a ellos, en el salón central de la Feria del Libro de Guadalajara (FIL) que comenzó el sábado, cientos de personas escuchaban de pie, sentados, tirados en el suelo, sobre lugares imposibles….

Dos habilidosos boxeadores se medían y se gustaban sobre el ring. En común tenían su odio visceral a los tiranos y los sistemas totalitarios. En una esquina el peruano Mario Vargas Llosa, azote de tiranías. Y en la otra, la alemana nacida en Rumanía Herta Müller, víctima de la represión de Ceauciescu.

Ambos se movían por la lona sin perderse de vista, hasta que el moderador, Juan Cruz, lanzó la primera provocación para entrar en calor: ¿y para ustedes qué es la literatura? «Desde la niña cuidaba vacas en Rumanía y me sentía muy sola. Mi padre desde muy joven estuvo en las SS. ¿Cómo puede alguien caer en algo así? ¿cómo pasó eso?», se preguntó en voz alta Müller, hija de una madre que pasó varios años en un campo de concentración soviético. «Así que desde siempre he recurrido a la literatura en busca de certezas intentando aclarar mis ideas y mi pasado, porque es la forma de controlar los recuerdos», explicó. «Así que de la literatura sólo espero que sea sincera y que me diga la verdad». Fue el primer derechazo al hígado.

Y el peruano no se quedó indiferente. «A los 11 años sufrí una experiencia traumática; conocí a mi padre que regresó a vivir con nosotros a Lima después de que mis padres hubieran pasado un tiempo separados. Mi padre era una persona autoritaria y violenta, por el que yo sentía gran terror. Entonces descubrí el miedo y la soledad. Estaba exiliado en Lima y la literatura fue un refugio. Por los libros entraba la vida y eran la forma de defenderme de lo que me dolía. Los libros me introducían a una vida diferente y ésa es su magia». «En los libros todo es bonito, incluso lo feo», dijo el de Arequipa, que recreó el suicidio de Madame Bovary, «de la que siempre he estado enamorado», para explicar como algo tan duro puede resultar uno de los fragmentos más bellos de la literatura.

Entonces se intensificó el intercambio de golpes. «Cuando empecé a escribir mis amigos, mi gente cercana, estaba sufriendo la represión y la dictadura de Ceaciuescu y yo me preguntaba cómo podía estar haciendo algo como escribir mientras los demás sufrían hambre y frío» se cuestionó a modo de upper-cut.

Vargas Llosa contraatacó: «Cuando era joven, leí una entrevista de Sartre en la que dijo que admiraba a los escritores africanos que habían renunciado a la literatura para hacer la revolución. Aquella entrevista me causó un trauma terrible, hasta que finalmente terminé por renunciar a Sartre. Él era alguien que nos había enseñado que con la literatura se puede influir y cambiar la realidad. Eso que sintió Müller, que la literatura es un lujo que no nos podemos permitir, es una concepción errónea. No puedes poner en un plato de la balanza libros y en el otro niños muertos de hambre, como hacía Sartre de forma tan arbitraria. Es indemostrable saber si El Quijote ha cambiado el mundo pero sí es demostrable que quienes lo leyeron expandieron su mente, aprendieron a distinguir entre lo bueno y lo malo y contribuyeron a construir un mejor mundo» concluyó Vargas Llosa. El combate terminó entre la aclamación popular de una ciudad golpeada por la violencia que se detuvo ayer domingo a escuchar durante casi tres horas a dos premios Nobel hablar sólo de literatura.

Un día antes fue el escritor colombiano Fernando Vallejo el que arrancó runrunes y aplausos a partes iguales mientras pronunciaba su polémico discurso durante la entrega del premio FIL de este año. En su discurso de agradecimiento atacó a la Iglesia, insultó a la clase política, cargó contra su familia, criticó al islam y anunció que los 150.000 dólares del premio irían a parar a una asociación en defensa animal. «Desde que era pequeño, cuando tocaba plata, mi madre me obligaba a lavarme las manos. Llevo ese recuerdo desde la infancia» ironizó. Así que de ese estigma «sólo pueden salir niños pobres» dijo entre risas.

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