Dejar Afganistán conlleva sus riesgos.

Al mismo tiempo, hay esperanzas de que se produzca un avance en la reconciliación entre el Gobierno afgano y los talibán -al menos, las había hasta que Pakistán se retiró de la cumbre-. El Gobierno de Pakistán tomó esta decisión a consecuencia de la presión de los militares tras el ataque de helicópteros estadounidenses contra dos puestos paquistaníes en la frontera afgana, en el que murieron por fuego amigo 25 de sus soldados.

Pese a la ausencia de Pakistán, lo que los delegados prometen hacer en Bonn II es esforzarse por resolver los problemas que la alianza occidental deja atrás en Afganistán y ayudar a los afganos a encontrar soluciones. Aún se espera el anuncio de un acuerdo entre los talibán, EEUU, Qatar y Alemania para abrir una oficina talibán en Doha, con el fin de que las conversaciones entre las partes puedan continuar de forma permanente.

Sin embargo, mucho depende de cómo de rápido los estadounidenses, que están profundamente divididos sobre la cuestión de entablar negociaciones con los talibán, se pongan de acuerdo entre ellos. El Departamento de Estado está enfrentado al Pentágono, que quiere continuar luchando hasta 2014. Las esperanzas previas de que los talibán enviarían representantes a Bonn II parecen haberse frustrado por la falta de progreso en las conversaciones secretas, tras el asesinato del mediador Burhanudin Rabani en septiembre. Fuentes bien informadas afirman que las negociaciones secretas que comenzaron a principios de este año entre EEUU y los talibán, bajo los auspicios de Alemania y Qatar, han continuado -incluso después de la muerte de Rabani-, aunque los progresos han sido lentos.


Bonn II cuenta con una buena asistencia: 90 ministros de Exteriores lideran a más de 1.000 delegados, 34 miembros de la sociedad civil afgana y 3.000 periodistas. La cumbre comenzó el sábado, con los representantes de la sociedad civil afgana reuniéndose con sus contrapartes alemanas. Le siguen los encuentros entre políticos afganos y entre el grupo de contacto, que comprende Pakistán, Afganistán y EEUU -aunque Islamabad no asistirá-. Y acabará con la declaración de intenciones de Bonn II.

Sin duda, en Bonn se dará un apoyo retórico a que continúe la ayuda económica, el entrenamiento de las fuerzas armadas afganas y la ayuda a la gobernanza después de 2014, aunque muchos altos funcionarios afganos se preguntan si la ayuda económica fluirá realmente, dada la recesión en EEUU y Europa. Sin embargo, hay problemas que la comunidad internacional está ignorando, a su propio riesgo.

El primero es el peligro de un colapso económico en Afganistán después de la retirada de las fuerzas occidentales. Decenas de miles de jóvenes afganos que trabajan en las bases militares y las embajadas quedarán sin trabajo -una verdadera generación que Occidente ha estado nutriendo durante la pasada década-. De los 17.000 millones de dólares (unos 12.700 millones de euros) que suma el presupuesto de Afganistán, el 90% está financiado por el exterior, mientras que se necesitan entre 5.000 y 6.000 millones de dólares (3.700 y 4.400 millones de euros) para mantener al recién formado ejército afgano.

La financiación futura para todo esto ha sido ya prometida por Occidente, pero no se han dado pasos concretos para garantizar el dinero y tranquilizar a los afganos. La economía afgana no puede sostener a su población en este momento, ya no digamos la infraestructura que Occidente ha construido.

En segundo lugar, los problemas a los que se enfrentan los afganos se multiplican. Esto incluye las tensiones étnicas crecientes entre pastunes y no pastunes -que, según describen algunos afganos, se deterioran rápidamente-, las reservas de muchos no pastunes a aceptar la reconciliación con los talibán, la continua incertidumbre sobre el proceso de reconciliación y el futuro por la Constitución afgana.

En 2018 se deben también celebrar las próximas elecciones presidenciales. Aunque Hamid Karzai no puede presentarse a un nuevo mandato y el campo estará abierto a todos los que quieran presentarse, hay demandas en aumento para que la Constitución sea examinada de nuevo y el modelo de Estado cambie de un Gobierno presidencialista a un sistema parlamentario.

Hay exigencias de que los poderes altamente centralizados del Gobierno sean devueltos a las provincias y tenga lugar una devolución de poderes. Más aún, si las conversaciones de paz con los talibán traen un alto el fuego y se ponen en marcha unas negociaciones para compartir el poder entre el Gobierno y los talibán, es muy posible que los talibán también quieran reabrir la Constitución y exigir reformas.

Todas las secciones de la sociedad afgana están pidiendo cambios políticos en los próximos 24 meses, pero ni el Gobierno afgano ni la comunidad internacional están preparados para ello. Cualquiera de estas reformas debe ser llevada a cabo de forma pacífica a través del debate y no por la fuerza de las armas.

En tercer lugar, está el problema regional, el papel de los países vecinos y las continuas interferencias de algunos de ellos -incluidos Pakistán, Irán e India-. El pasado mes, la Conferencia de Estambul tuvo como misión suavizar las tensiones regionales. En realidad, las empeoró al exponer cuán profundas son las divisiones entre estos países.

Pakistán, que acoge a la mayor parte del liderazgo talibán, es muy importante para cualquier arreglo. Si los militares paquistaníes no cooperan con los afganos y la comunidad internacional y si las siempre malas relaciones entre Islamabad y Washington no mejoran, el progreso hacia una reconciliación quedará estancado.

Mucho está en juego en Afganistán y hay grandes necesidades que solucionar antes de que las fuerzas occidentales se retiren. Bonn debe examinar profundamente todos estos problemas y dar con algunas respuestas.

Ahmed Rashid es autor del libro 'Los Talibán', actualizado y reeditado en el décimo aniversario de su publicación. Su última obra es 'Descenso al caos. EEUU y el fracaso de la construcción nacional en Pakistán, Afganistán y Asia Central'.

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