Los viejos fumadores nunca mueren

Uno tiene 74 años, se define a sí mismo como «viejo fumador» y acaba de recibir la Orden del Mérito de la reina por su contribución al pop art y por reiventar en colores vibrantes y a enorme escala la campiña inglesa. El otro tiene 46, es el artista (conceptual) más rico del mundo y su mayor aportación ha consistido en revivir un tiburón en un mar de formol y recubrir un cráneo humano con 8.601 diamantes.

Hasta ahora, David Hockney y Damien Hirst llevaban dos existencias paralelas y del todo ajenas, pero sus inminentes retrospectivas en este año olímpico (en el que también resucitará Lucien Freud) les han puesto frente a frente en el cuadrilátero del arte de Londres.

El primer dardo lo ha lanzado Hockney, con una advertencia que cuelga visible en el cartel de su exposición que arranca el 21 de enero en la Royal Academy: «Todos los trabajos que pueden verse han sido hechos por el artista, personalmente».

A Hockney, parco en palabras, le preguntaron en una breve entrevista en Radio Times si la advertencia puede interpretarse como una indirecta contra la vida y obra de Damien Hirst, conocido por su desdén hacia la pintura y por «delegar» la elaboración de sus obras en su séquito de colaboradores.

Sin mencionar directamente a Hirst, Hockney reconoció que cubrir un cráneo de platino con diamantes o suspender un tiburón en formol con la ayuda de una taxidermista son actos «un poco insultantes» para los artistas y artesanos que -como él- veneran tanto la agilidad mental como la habilidad con las manos.

«Yo solía decir, y es cierto, que en las escuelas de arte se puede enseñar la destreza, pero no la poesía», añade Hockney. «Ahora intentan enseñar la poesía y no el oficio, con el resultado que estamos viendo».

Y ahí quedó su alegato en defensa del arte, o de lo que aún queda de él, a sabiendas de que no está solo en este lamento. El crítico Robert Hughes acusó hace tres años a Hirst del «declive del arte contemporáneo», le acusó de «funcionar como si estuviera al frente de una firma comercial» y calificó su tiburón en conserva como «el organismo marino más sobrevalorado del mundo».

Damien Hirst, a punto de embarcarse en una maratón olímpica de 11 exposiciones consecutivas (con parada obligada en la Tate Modern), no ha respondido de momento a sus críticos, aunque no oculta su ambición de seguir medrando y dándole a la caja registradora, más allá de los 250 millones de euros en que se estima hoy por hoy su fortuna.

En más de una ocasión, Hirst ha manifestado que todo lo que se dice de él ya se dijo anteriormente de Andy Warhol, por no hablar de Picasso y otros grandes nombres que le precedieron en la historia de la «apropiación artística». Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel, asegura, también crearon tradición a la hora de contar con un amplio equipo de colaboradores para completar sus trabajos.

Hirst está ahora mismo volcado en la retrospectiva (apenas dos décadas) que llegará el 4 de abril a la Sala de Turbinas de la Tate Modern. Entre las obras expuestas estará -por primera vez en el Reino Unido- la famosa calavera de platino y diamantes, comprada por 60 millones de euros por un consorcio en el que participa el propio artista.

La obra más conocida de Hirst, según la Tate Modern, simboliza «el continuo interés del artista en la mortalidad y las nociones de valor», además de recordar con su rutiliante sonrisa «la fragilidad de la vida».

Algo muy distinto escibiría David Hockney -considerado aún como el artista más influyente de Gran Bretaña- si le dejaran prologar el catálogo de Hirst, pero mejor no entrar en especulaciones. Digamos eso sí que la obra más perenne de Hockney -Bigger Trees Near Water- cuelga en toda su impresionante dimensión de 50 lienzos en la Tate Britain Gallery.

La retrospectiva de 50 años que veremos en la Royal Academy estará dedicada sobre todo a su devoción por el paisaje e incluirá desde una serie inédita de películas de 18 milímetros rodadas por el propio artista a una aplicación especial para contemplar sus paisajes en el iPad.

Hockney, que en los años 60 se situó a la proa del pop art inglés con obras como A Bigger Splash, vive a caballo entre Kensington y su refugio de Yorkshire. En los años 90 renunció a la distinción de Sir, pero ahora no ha podido decir no a la Orden del Mérito de la Reina, una distinción que comparte con otros 23 destacados miembros de todos los campos, desde el teatro (Tom Stoppard) a la arquitectura (Norman Foster) pasando por la política (Margaret Thatcher).

Con su mezcla insoslayable de ironía y de laconismo, ha decidido recibir el último premio: «Es bueno saber que no tienen prejuicios contra un viejo fumador».

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