El enamoramiento tonto

Pinochet pretendió más tarde ocultar cuidadosamente su planificación del golpe contra Allende, supuestamente llevado a cabo sin ayuda, pero con la colaboración de unos cuantos oficiales jóvenes. Otros oficiales que sin duda alguna dirigieron el complot niegan la participación de Pinochet. Dicen que la iniciativa principal fue tomada por la Marina, a las órdenes del almirante José Toribio Merino, el único miembro de la Junta Militar original que permaneció en activo como comandante en jefe hasta el pasado martes. Según esta versión, la falta de certeza sobre la posición de Pinochet fue un serio obstáculo para planificar el golpe, hasta que se le dio un ultimátum para tomar parte en él dos días antes del mismo. Sea cual fuere la verdad, el día del golpe Pinochet estaba claramente al mando, con Merino en Valparaíso suplantando al legítimo jefe de la Marina. 

Grabaciones clandestinas de comunicados de radio revelan al Pinochet que el mundo enseguida conoció, bromeando cruelmente sobre la huida en avión de Allende del país. «Muerto el perro, se acabó la rabia», dijo. En realidad, se le ahorró el trastorno. Tras el bombardeo del Palacio de la Moneda por dos Hawker Hunters de las Fuerzas Aéreas, Allende se suicidó entre las ruinas del palacio disparándose con su rifle automático AKA -un regalo de Fidel Castro- antes que abandonar su mandato.


Para el mundo entero fue cuestión de horas enterarse del liderazgo de Pinochet al frente del golpe. Sus gafas oscuras y el bigotillo hirsuto se convirtieron inmediatamente en la imagen mundial de la tiranía. El salvaje bombardeo de La Moneda y la represión posterior; la inmediata respuesta de solidaridad internacional para con la secular tradición democrática chilena y la «vía parlamentaria al socialismo» de Allende; la implicación de la CIA en el golpe: todo ello contribuyó a convertir a Pinochet y su Junta en paradigma del poder militar en Latinoamérica. 

A mediados de 1974 Pinochet fue declarado «Jefe Supremo de la Nación», y en diciembre se convirtió en presidente de la República. En 1975 declaró: «Moriré, y mi sucesor también, pero no habrá elecciones». Nada en la biografía de Pinochet podría hacer pensar en tamaña preeminencia. Fue uno de los seis hijos de un funcionario aduanero de Valparaíso, cuyos antepasados habían llegado a Chile desde Gran Bretaña a comienzos del siglo XVIII, y hasta septiembre de 1973 no era más que un oscuro oficial de infantería. Su vida ha consistido, según sus propias palabras, «en nada salvo la disciplina y la obediencia». Sólo dos características le distinguen: una cierta reputación como intelectual y una esposa presumida, doña Lucía Hiriart. Fue rechazado dos veces por la Academia Militar a causa de su débil constitución. Animado por su madre, Avelina Ugarte, una vasca formidable y autoritaria, comenzó a ascender convencionalmente, desde simple soldado raso. 

En el camino se hizo pistolero certero y cinturón negro de kárate, títulos con que adornó su frugal estilo de vida, sin fumar y sin beber. Algo inédito en un militar chileno, Pinochet ha estampado su nombre en cinco libros, incluyendo un tratado sobre la decimonónica guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia, y un libro de texto de geopolítica para cadetes: la cuasi ciencia militar que considera los estados-nación como entidades dotadas de vida, una fuente del nazismo, al que Pinochet se empeña en no vincularse. Combinando la rigidez prusiana del más disciplinado Ejército del continente con la pericia de sus más sofisticados tecnócratas, el régimen de Pinochet ha conseguido transformar el sistema económico y político de Chile. Sus eslóganes: el mercado libre es el rey supremo y el marxismo ha de ser estirpado para siempre de la vida del país.

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