Tabucchi ya es inmortal

Antonio Tabucchi dijo una vez en una entrevista que «el hombre es una criatura estúpida porque tiene una pequeña idea de la inmortalidad y piensa que no morirá nunca». Su defunción le llegó ayer, en su Lisboa de adopción, a los 68 años de edad. Aunque el cáncer ha puesto el punto final a su vida demasiado pronto, su literatura tiene su propio trono en el mar de la inmortalidad. 

No fue ése el objetivo que llevó al italiano a convertirse en escritor, como tampoco planeó Tabucchi terminar viviendo y muriendo en Portugal, un país al que llegó por casualidad y donde acabó encontrando a los dos grandes amores de su vida: su mujer, Maria José Lencastre, y Fernando Pessoa, el poeta portugués de cuyos versos quedó tan prendado que sintió la necesidad de conocer su país y su idioma para poder entenderlo mejor. 

Al final, no sólo se convirtió en el mayor divulgador de la obra de Pessoa en Italia, sino que acabó enamorándose también de Portugal, un país que se convirtió en «su segunda patria», como él mismo dijo después de conseguir la nacionalidad portuguesa en 2018. 

«Era el más portugués de todos los italianos», recordó ayer el secretario de Estado de Cultura, Francisco José Viegas, quien dijo que Tabucchi fue «un embajador de la cultura portuguesa y de Portugal, una nación sobre la que escribió con una prosa que iluminó como un relámpago muchas de nuestras sombras y misterios». 
Ayer, día en el que Antonio Tabucchi dijo adiós, Lisboa también resplandecía, en otra de esas jornadas soleadas y airadas que tan bien describen a la capital portuguesa, como en el famoso comienzo de Sostiene Pereira (1993), una de las obras más importantes del escritor italiano, cuyo funeral se llevará a cabo el próximo jueves en la capital lusa, donde descansarán sus restos mortales para siempre. 

De entre todas las ciudades del mundo, Tabucchi eligió la Lisboa de Pessoa, con sus tranvías y colinas, por las que paseaba en busca de inspiración, siempre con su bolígrafo y cuaderno en mano, pues decía que, para él, escribir era una cosa de «impulsos» y por eso lo hacía cuando le entraban ganas, como cuando le apetecía «comerse un pastel de nata». Y así como el típico dulce portugués formaba parte de su cotidianeidad, Portugal se coló de forma irremediable en su vida y en su literatura.

«Portugal debe mucho a Tabucchi», reconoce la escritora Inês Pedrosa, directora de la Casa Fernando Pessoa, que ya ha preparado un homenaje al escritor que, según ella, fue «tan italiano como portugués», además de «un gran divulgador de la obra de Fernando Pessoa». 

Pedrosa dice ser una «gran admiradora de su literatura» y cita Réquiem, la única obra que Tabucchi escribió en portugués y que, a su juicio, es «una alucinación en torno a Fernando Pessoa y al mismo tiempo una declaración de amor a Portugal y, en particular a Lisboa». 

A Vasco Graça Moura, amigo de Tabucchi desde hace más de 30 años, le costaba ayer creer la pérdida de Tabucchi. El presidente del Centro Cultural de Belém recuerda a Tabucchi como uno de los grandes escritores contemporáneos, con una obra muy versátil que «abordaba la realidad con una prosa enervada, con una cierta impaciencia e ironía, con la que descubría las relaciones entre nosotros con el mundo». 

Y es que Tabucchi no sólo fue un gran defensor de la obra de Fernando Pessoa sino también de la libertad de expresión, luchando siempre contra la xenofobia y los prejuicios. También se distinguió como una voz muy crítica con el ex presidente italiano Silvio Berlusconi, como recordó Pilar del Río, presidenta de la Fundación Saramago.

Antes de fallecer, el premio Nobel de la Literatura portuguesa fue «una de las personalidades de la cultura de todo el mundo que se solidarizó con Tabucchi cuando fue procesado». Además de la calidad de sus obras de ficción, Del Río destaca «su posición como analista político y social, intransigente en la defensa de las conquistas democráticas». 

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