Un ataque a los judíos

Después de confesar, en 2006, que había pertenecido a las Waffen SS en su juventud, la siguiente provocación del novelista de 85 años es describir a Israel como un país «fuera de control ya que es inaccesible a toda inspección». También arremete contra «el supuesto derecho a un ataque preventivo» que podría «exterminar al pueblo iraní». 

Sus propias palabras se volvían contra él apenas unas horas después de que el poema viera la luz, cuando el publicista Michel Friedman rompía el hielo de las acusaciones y censuraba que el Nobel hubiese lanzado «un ataque lírico preventivo contra Israel injustificable». «Si está argumentalmente tan enfermo como para haberse mantenido, según dice, en silencio durante décadas, y cuando por fin se explica al mundo es para decir que el Estado judío es la mayor amenaza para la humanidad, mejor habría sido que siguiera en silencio», lamentó Friedman, apoyado después en sus declaraciones por ilustres cristianodemócratas. 

El escritor Henryk M. Broder, en una rápida reacción desde las páginas de Die Welt, describió a Grass como «el prototipo del perfecto antisemita, que siempre tuvo un problema con los judíos pero que nunca hasta ahora lo había articulado tan claramente». «Grass siempre tendió a la megalomanía, pero ahora se ha vuelto totalmente estúpido», sentenció Broder. 

Titulado Lo que hay que decir, el poema en prosa denuncia que el programa nuclear israelí «podría exterminar al pueblo iraní (...) porque en su jurisdicción se sospecha la fabricación de una bomba atómica». Grass se desgarra por «el silencio general sobre ese hecho» -al que dice haber «sometido [su] propio silencio» y que califica de «gravosa mentira»- porque «en cuanto no se respeta, antisemitismo se llama la condena». 

«¿Por qué sólo ahora lo digo (...) Israel, potencia nuclear, pone en peligro una paz mundial ya de por sí quebradiza? Porque hay que decir lo que mañana podría ser demasiado tarde», explica el autor. «Lo admito: no sigo callando porque estoy harto de la hipocresía de Occidente» respecto a Israel, «causante de ese peligro visible», confiesa. 
«El poema de Grass es un documento de venganza, la venganza de un hombre que, a sus 85 años, pretende hacer las paces con su propia biografía», dijo anoche el ensayista Frank Schirrmacher, calificado por la revista Newsweek como uno de los intelectuales más influyentes en Alemania y que recomienda no leer el texto con los ojos, sino «con el destornillador». 

«Es como un mueble de Ikea: sobre el papel, parece fácil, pero hay que montarlo y descubrir que no es sino un comunicado global, lingüísticamente a años luz de una obra literaria». Schirrmacher centra su crítica en el análisis semántico y dice que «emplea con maestría el lenguaje asociativo y adopta el punto de vista de un potencial superviviente, cubriéndose así de una autoridad moral de las víctimas de la persecución del Tercer Reich. Habla como el superviviente de un futuro genocidio planificado y denuncia que no habla por coerción. Y cuando habla, no lo hace por sentimiento o pensamiento, sino por cuestión de su origen, el mismo origen que le obligó a mentir». 

Sin entrar en tecnicismos lingüísticos y basándose en la lista de provocaciones de las que Grass se ha servido en los últimos años para mantener en alza sus ventas literarias, el editorialista de Frankfurter Rundschau acusó al escritor de no haber mencionado en su poema «la evidente amenaza que representan para Israel los misiles iraníes», mientras que el Consejo Central de los Judíos en Alemania acusa a Grass de «irresponsable» y considera el poema «un panfleto de agitación agresivo». 

También el filósofo e historiador Michael Wolffsohn, desde las páginas amigas del semanario Der Spiegel, siempre en relación de cierta complicidad con Günter Grass, clamaba anoche porque «el antisemitismo ha vuelto». «Lo judío engendra el mal, ése es el trasfondo de este poema, una diatriba escondida tras la protección que asegura la libertad literaria». Entre otros muchos, se sumó a las críticas el historiador y escritor Osvaldo Bayer: «Mi relación con Günter Grass es la de haber sido un lector ávido de su obra. Para mí, es un gran escritor, un hombre que ha sabido describir al pueblo alemán en todos sus detalles, en todos sus momentos históricos, pero debería devolver el Nobel». 
El único apoyo que el poema recibió ayer en Alemania fue el del ex comunista Wolfgang Gehrcke, para quien Grass «se atreve a decir lo que muchos callan». 

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