La primera letra del alfabeto judío

Releo a Borges mientras la furgona de Andrés Calamaro -otro argentino- me lleva hacia Badajoz. Es mediodía. El cantante (y mucho más) se ha caído del cartel. Perdió el avión que iba a traerlo desde Buenos Aires. Venía lleno de compatriotas deseosos de ver al de Galapagar. ¿Aficionados argentinos? Borges diría que es un oxímoron, pero desde otros lugares de ultramar llegan colombianos, peruanos, mexicanos... A tal punto alcanza el tirón planetario de un torero que atrae a los cosos a quienes no los frecuentan. No es el caso de Andrés. Su furgona es para las giras y tiene un toque taurino. Los cantantes también van de plaza en plaza. Las guitarras son verónicas, los arpegios banderillas y los violines estoques. 

El aleph, primera letra del alfabeto sagrado de los judíos, representa el tamaño del infinito. De ahí que Borges la escogiera para poner nombre al lugar del sótano de la casa de Beatriz Viterbo en el que se confundían todos los lugares del orbe vistos desde todos los ángulos del universo. 

Así, hoy, Badajoz, y así Tomás, torero aleph, torero de las dos orillas, torero de la globalización, torero ecuménico, torero que desborda los límites de la Tauromaquia, torero (y mucho más) al que en algunos cenáculos taurinos se le reprocha en estos días serlo -torero- sólo a rachas, pues uno que lo sea de verdad, susurran los maledicentes, torea 100 veces al año, y no, con cuentagotas, tres.

Es lo de siempre: la aristofobia denunciada por Ortega. ¿A qué ton ese son? ¿No hay, acaso, escritores de un solo libro, pintores de un solo cuadro e, incluso, toreros de una sola corrida? Tomás, como Calamaro, puede hacer lo que le venga en gana, y nosotros, a callar. Badajoz, Huelva, Nimes… ¿Caprichos de Número Uno, como lo fuese Ava para Luis Miguel y Luis Miguel para Ava? Pues bienvenidos sean. Nada nos debe: le debemos cuanto hace. Cambiará el universo, diría Borges, siempre Borges, pero él no. 

Ignoro lo que el autor de El Aleph pensaba de las corridas, pero sí sé que las definió al escribir, en el cuento citado, que «todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten». ¿No es eso la Tauromaquia? 

Pasan las horas… Son las siete de la tarde (las cinco, según el meridiano de Sánchez Mejías). Trece mil personas van camino de la plaza. Dentro de 30 minutos sonará el clarín. Badajoz hierve, y no sólo por la brutal ola de calor. Badajoz hierve por la expectación. Badajoz hierve por el tirón de Tomás y mucho más. Badajoz es hoy un aleph, simultáneo «espejo y centro de todas las cosas» en el que converge el mundo, y lo es por mérito del único héroe vivo que ha pasado a formar parte de la mitología ibérica, dicho sea sin desdoro de Padilla y El Juli, que son toreros de cuerpo y alma cabal. Torar con un ojo a la virulé o con un hombro a la remanguillé es también un gesto de heroísmo que la profesionalidad no exige. Ya salen los tres. Motor, silencio, acción. Se torea. 

Pasan las horas… ¡Y vaya si se torea! Ha sido de gloria. Escribo en el callejón. La corrida está a punto de acabar. Será Vicente Zabala de la Serna quien la cuente. Yo no sirvo para eso. No sé dictar. Lo de Tomás en la última tanda de su segundo y lo de El Juli en los dos de su lote ha sido apoteósico y merece crónica aparte. Empeño mi palabra. ¡Qué hermosa muerte la del último de Padilla! Otra crónica merece. Son casi las diez de la noche o, mejor, las ocho de la tarde, según el meridiano de Federico: aún hay luz del día. 

Vuelvo a El Aleph: «vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala». Borges escribió ese cuento en 1945. ¿Cómo pudo adivinar lo que hoy, por ayer, iba a verse en Badajoz? Respuesta fácil: el infinito es simultáneo e instantáneo. La escalera del sótano de la casa bonaerense de Beatriz Viterbo fue hace 67 años rosa bengalí, crepúsculo de México, tarde de toros del 25 de junio de 2012 y tendido de sombra en una ciudad de Extremadura. Borges presidía el festejo desde su palco del más allá y sacó muchas veces el pañuelo, todas con fundamento. Dios se lo premie. A quienes vimos lo que el vate ciego también vio ya nos lo ha premiado. Gracias, Cutiño.

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