El PCI se ha terminado

Un pandemonio acogió el 15 de enero de 1921, durante la celebración del XVII Congreso del Partido Socialista Italiano, el discurso de Umberto Terracini en el que anunció la fundación del Partido Comunista Italiano, PCI (en Italia «el pichí»).

Las notas de los taquígrafos registran «alaridos ensorcededores por parte de los socialistas, comentarios irónicos, gritos de viva el pipí (sonido de las siglas del Partido Popular Católico)». 

El 21 de enero, seis días después de esta triunfal acogida, Antonio Gramsci, Amedeo Bordiga, el mismo Terracini y otros 13 hombres más forman en el Teatro San Marco de Livorno el primer comité central que tomará las riendas de lo que ha sido hasta hoy el más grande partido comunista de Occidente. Punto clave de esta decisión era la ruptura con las tesis de los socialistas reformistas y la adhesión a las 21 condiciones dictadas por Lenin a los comunistas, encaminadas a conseguir el poder a través de la revolución. Eran años de huelgas, de agitaciones violentas, de crisis económica; todo hacía presagiar que la revolución era inminente. 

Pero en lugar de la revolución, llegó el «orden» dictado por las escuadras armadas de Mussolini que el 26 de octubre de 1922 tras la marcha sobre Roma, consiguieron hacerse escuchar por el Gobierno. Si el fascismo fue una tragedia para los demócratas, más aún lo fue para los miembros del PCI: al principio los escuadrones asesinaron a los activistas, destruyeron tipografías y casas de reunión, y una vez conseguido el poder absoluto, desataron una persecución que se ensañó con toda la estructura del PCI. 

Este se vio forzado a pasar a la clandestinidad. Si esta era la situación externa, la interna no era mucho mejor: Antonio Gramsci y Umberto Terracini encarcelados por el gobierno fascista, fueron abandonados también por su propio partido. Los doshabían criticado ásperamente a Stalin: «Estáis destruyendo vuestra obra», escribió Gramsci.

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