En el lugar más recóndito del Sistema Solar

La semana pasada, en unas páginas semiarrumbadas en la sección de sociedad por la banal aparatosidad de los esponsales principescos, se recogía la extraordinaria noticia de que la nave «Voyager 1» había conseguido llegar a los límites de la heliosfera o, lo que es lo mismo, al borde del sistema solar. No deja de ser asombroso que el ingenio humano sea capaz de idear un artilugio que tras 26 largos años de navegación espacial siga enviando, desde esos remotos confines celestes, información a la Tierra.

El asombro parece sin duda mayor si se comparan esos logros del ingenio humano con la mediocridad y la estrechez de miras con las que se abordan algunos asuntos terrestres. Sin ir más lejos, aquí llevamos un tiempo parecido, 26 largos años, de transición inconclusa y de anhelos por una Euskadi con una vida política normalizada sin que ni siquiera se consiga juntar a todas las sensibilidades políticas para discutir de ello alrededor de una mesa.

26 largos años condenados a una especie de eterno y desesperante castigo de Sísifo, en los que las inercias circulares de un inconmovible inmovilismo, las amenazas, los agravios y las descalificaciones no sólo sabotean continuamente cualquier posibilidad de diálogo entre las fuerzas políticas, sino que ahora hay quienes piden ayuda a empresarios, medios de comunicación y jueces para impedir que la ciudadanía vasca discuta sobre una propuesta de nuevo estatuto de autonomía.

Una propuesta que, en un estricto sentido democrático, es tan legítima como cualquier otra, y tan constitucional como lo sería en España someter al debate ciudadano la posibilidad de la república o incluso el cambio de constitución.

Si como algunos aseguran la propuesta resulta tan descabellada, deberían ser capaces de convencer a la ciudadanía vasca con mejores argumentos que la gratuita criminalización del adversario y el escandaloso recurso a una involucionista politización de la justicia que merma la confianza en la democracia, transformando la política en arte de lo imposible.

No deja de resultar sorprendente que en unos tiempos en los que el ingenio humano es capaz de resolver los complejos problemas que conlleva enviar instrumentos de medición a las cercanías de los planeta gigantes, Júpiter y Saturno, haya quienes, por miedo a verificar las discrepancias, prefieren convertir el problema vasco en una especie de eterna cara oculta de la luna.

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