La reina Victoria y los victorianos

Las mujeres tuvieron siempre un papel preponderante en el fenómeno de Montparnasse. Eran mujeres que habían roto con su país, con sus familias y con los convencionalismos sociales, y que, tal y como lo definió Meret Oppenheim, «habían tomado la opción de la libertad». 

En el centro de la vida de Montpanasse estaba Alice Ernestine Prin, Kiki, una mujer de la que el escritor norteamericano Ernest Hemingway dijo en una ocasión: «Siendo su rostro naturalmente bonito, ella lo había convertido en una obra de arte.

Tenía un cuerpo prodigiosamente hermoso y una voz agradable,... y por cierto, ella dominó esa era de Montparnarsse más de lo que la reina Victoria dominó jamás a esos victorianos. Kiki fue, sin lugar a dudas, la reina de ese barrio de artistas, sueño y destino de millones de personas en los años veinte, y ha llegado a simbolizar todo lo que ofrecía Montparnasse».

En noviembre de 1923, Montparnasse, que jamás había gozado realmente de vida nocturna después de la hora de cierre de cafés y restaurantes, se transformó completamente.

Un ex jockey llamado Miller y Hilaire Hiler, un pintor norteamericano, compraron el Café Caméleon, en la equina del Boulevard du Montparnasse con la Rue Campagne Premiére, y abrieron un night club. La fisonomía del lugar, desde siempre algo deslucida, varió bien poco: una larga barra, mesas junto a la pared, y una pequeña pista de baile. En el exterior, Hiler cubrió las paredes con carteles y figuras pintadas de mexicanos, indios y vaqueros. Un letrero luminoso anunciaba: The Jockey. Los artistas de Montparnasse lo tomaron al asalto de inmediato. Según Kiki, «hemos puesto en marcha un pequeño night club que promete ser muy divertido... todas las noches nos reunimos allí, como una buena familia». 

De vez en cuando, pero muy de vez en cuando, Kiki animaba a los contertulios del café entonando alguna canción. Ante la insistencia de sus admiradores para que se dedicara más de lleno a la canción dijo en una ocasión: «Yo no me pongo a cantar a no se que esté muy animada, y no entiendo que haya mujeres que se pongan a cantar con la misma facilidad con la que mean. Tengo buen oído pero mala memoria, y menos mal que mi amiga Treize me va susurrando la letra». La vida de Kiki en el París de los años 20 no sólo transcurrió en los night clubs de la capital francesa. Kiki, también cultivó, aunque no con demasiado acierto, el campo de la pintura. Cuando en mayo de 1922 HenriPierre Roché conoció a Kiki, está le regaló dos acuarelas y, de este modo, Roché comenzó a coleccionar obra suya. El 25 de marzo de 1927 Kiki inauguró una exposición de pinturas en la galería Au Sacre du Printemps. 

Excepto el fotógrafo Man Ray, que se encontaba en Nueva York para la proyección de su película Emak Bakia, todo Montparnasse acudió a la cita. Robert Desnos fue el reponsable del prefacio del catálogo de la exposición de la musa parisina: «Querida Kiki, tienes unos ojos tan hermosos que el mundo que ves a través de ellos tiene por fuerza que ser hermoso». Kiki, como hizo también la célebre bailarina Isadora Duncan, empezó a escribir sus memorias, unas memorias salpicadas de momentos brillantes y de trágicos sucesos. Los primeros capítulos aparecieron en la revista París-Montparnasse en el número de abril de 1929. La edición se agotó.

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