Blanca Villa jura que es virgen

Entre aplausos al recinto. El efecto ha estado muy logrado. Se sientan al pie del escenario, en primera fila, discretamente separados de la multitud por una valla protectora. La primera en tomar la palabra es María Jesús Castro, número ocho de la lista provincial, y vecina de San Fernando. María Jesús está algo nerviosa y emocionada, pero lo que dice es razonable. -Lo importante no es la palabra, sino los hechos. Una señora reparte claveles por las gradas. Uno por cabeza. -Hay que repartir, compañeros. Hay que repartir. La idea del reparto ha calado siempre muy hondo en Andalucía y nadie tiene nada que objetar. Pero en lo alto del anfiteatro se despliega una pancarta: «No a la Ley de la Función Militar.


Atropello de Serra a nuestros maridos». Las portadoras son esposas de oficiales de la Escala Especial del Ejército de Tierra. Reparten una hoja volante de contenido incendiario, que resulta sea un artículo de Javier Solana publicado el 7 de enero de 1982 en Diario 16, en el que aboga por «un sistema de convalidaciones de estudios y experiencias, que permita que ni un solo talento militar se pierda», y da su palabra de que el programa electoral del PSOE incluirá esta reivindicación. Y por fin.


Aplausos, aplausos y aplausos. Carmen de España, de Sevilla, de Cádiz. Carmen honesta, sencilla y llana. Carmen guapa. Carmen buena. No nos defraudes, Carmen, virgencita, tu sabes lo que hemos pasao aquí, lo que estamos pasando. Niños, callarse, se acabó el cachondeo. Ahora hay que escuchar. Y Carmen habla. Ella ha bajado al pueblo, ha ido a ver cómo vive la gente en esas barriadas. Y lo que ha visto no le ha gustado. No le puede gustar a nadie. Pero hay que reconocer que los socialistas han hecho cosas, y quiere «explicar a todos el cambio que hemos sufrido». ¿Ha sido un lapsus? Carmen hace una pausa y parece también preguntárselo. Y tiene la valentía de darlo por bueno: «Sobre todo en las barriadas más marginadas», añade. Y ya enumera los muchos y variados «equipamientos» que el Gobierno socialista ha aportado, y las muchas y variadas instituciones socialistas que han compartido ese esfuerzo. Y con todo, falta tanto por hacer... Y propone medidas. -Porque necesitamos un cambio de mentalidad de la gente que vive en esas barriadas...

La gente tiene que asociarse para que los diputados tengan interlocutores. Ahora habla deprisa, apasionada, maternal. Critica que los niños «vayan a coger las tagarminas y los caracoles con sus padres, en vez de ir a la escuela, porque así no saldrán de la marginación», y asegura que prefiere que la insulten, la increpen y la reprochen cuando va a las barriadas, antes que encontrarse con la indiferencia. Pero, ¿quién va a insultar, a increpar, a reprocharle nada a este ángel? El pueblo la escucha y siente que Carmen le está pidiendo un imposible. Además, que no hace falta, que está claro que ella se da cuenta de las cosas. - Con veinte mil pesetas algunas personas no pueden vivir. Pero antes esas personas sólo recibían cinco mil pesetas. Hay que ir poco a poco. Hay que marcar unos ritmos.

Y tiene toda la razón. Porque lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Pero no hay que perder la esperanza, y Carmen quiere animar a los ciudadanos de San Fernando. - Si las salinas ya no tienen rentabilidad, vamos a buscar alternativas: los cultivos marinos, la industria el automóvil, la industria aeronaútica. Ha terminado. Seis minutos sólo, pero seis minutos apretados, vividos, intensos. Ovación de gala para Carmen. Se encienden por todas partes los cigarrillos. Tras ella hablará Ramón Vargas Machuca, candidato número dos por la provincia. Hablará durante diecisiete minutos y hablarán casi todos los espectadores sin prestarle demasiada atención. El candidato además se acerca demasiado al micro, y los altavoces duelen en los oídos. La gente comienza a levantarse. A gotear hacia la salida.

Quizá por ello el orador se pone nervioso y se enreda a cada paso con las zetas. Vargas Machuca habla de Europa y pide «un reformismo de lo cotidiano, de lo posible, de lo factible». Y para rematar el final insiste en esa idea y recurre a Max Weber para sostener que «la política es el arte de lo posible». Cierra el mitin el presidente de la Junta de Andalucía, don José Rodríguez de la Borbolla, que recuerda que hace dos años «parecía que se estaba cayendo la bahía y que el presidente no iba a poder atreverse a venir aquí». Y lo que son la cosas, ahí está el presidente y ahí están creciendo como hongos los puestos de trabajo, las naves industriales, la riqueza, «a un ritmo muy superior al del resto de España». Pero, aunque sometida por el estruendo de los altavoces, la protesta se refugia en el boca a boca. Son numerosos los presentes que discrepan del señor presidente. -¿Vas a decir que aquí no hay paro? -grita un joven, y nadie le manda callar. Se oyen silbidos dispersos aquí y allá, pero el orador está sobrado de recursos: sabe hacer pausas, respirar las comas, vocaliza con exquisita corrección, cambia los ritmos. Y va diciendo lo que ha venido a decir: Futuro, Progreso, Los 90, Gobierno estable. Ya son muchos los que enfilan la salida, y don José acelera y prueba a lanzar un venablo. -¿Quién iba a decir, desde fuera, como ha dicho el señor Samarach, que está seguro de que todo va a salir bien en el 92 en Andalucía, y que no está tan seguro de que vaya a salir bien en Cataluña? Nunca falla.

Estallan los aplausos, y el prócer apuntilla: -¿Quien nos iba a decir que ibamos a ser ejemplo para España? Y apretando el acelerador dedica los obligados reproches a la izquierda y a la derecha, para terminar en apoteósis. -No hay en toda Europa una persona capaz de entroncar con el destino de su país como es la persona a la que estoy seguro que váis a votar: Felipe González. Saludan todos los candidatos desde el escenario, con Carmen en medio y el puño y la rosa sobre sus cabezas. El público se dispersa con una velocidad asombrosa. Y los maquinistas se apresuran a desmontar con eficacia el escenario. Carmen y don José desaparecen inmediatamente en su coche, y los socialistas de San Fernando se felicitan con entusiasmo, Ramón Vargas, agotado, explica: «Hay que tener en cuenta que aquí no gobernamos. San Fernando es un electorado complicado y el sitia es frío», No está contento Vargas. Hay que reconocer que le ha tocado bailar con la más fea.

«Nada. Ha sido un éxito -le anima cariñosamente su mujer, Josefina Junquera, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Cádiz y madre de la idea de incluir a Carmen Romero en la lista provincial-. Vamos a sacar un diputado más que la otra vez». José Luis Sordo y sus compañeros de la agrupación respiran ya más relajados. Blanca Villa, ya de paisano, pasa frente a ellos arrastrando su pierna vendada. Un robusto mozo le sirve de báculo. La gente desfila hacia la salida. -Hija, hay que ver que guapa está. Y cómo se conserva -dice una cuarentona de pelo rizado. -Todo lo contrario que él -contesta su amiga. En la calle, las mujeres de la pancarta siguen en sus trece. Los socialistas pasan a su lado con discreción, sin un mal gesto. Rosario Fernández, una jerezana despierta, que ejerce de portavoz del grupo, cuenta que al salir Carmen y Borbolla han charlado con ellas, muy amables, han escuchado sus quejas. -Lo que pasa es que nunca hay respuesta -dice Rosario. La realidad, lo ha dicho Vargas Machuca esta noche, es una tabla de madera que se ha de oradar lentamente.

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