Corazón Aquino aplata el golpe

La presidenta Corazón Aquino, que parece haber superado la última intentona golpista, seguirá asediada por los problemas internos de su país hasta que no resuelva las causas de las disensiones en el seno del Ejército filipino. Los jóvenes oficiales que ayudaron a Aquino a subir al poder, se sienten decepcionados porque piensan que la presidenta ha traicionado el idealismo y los objetivos de su revolución. 

«Tengo la sensación de que este intento de golpe no será el último», señaló ayer en el periódico Philippine Star el antiguo portavoz gubernamental, Teodoro Benigno. Los últimos reductos golpistas se atrincheran en Makati, centro financiero de Manila, y en el aeropuerto de Cebú, en el centro del país. En Makati, los rebeldes se han situado en los tejados de bloques de pisos, desde donde lanzan bazokas y granadas contra las tropas gubernamentales. Ayer fue hallado, una lujosa residencia, el cadáver de un ceilandés, y un ciudadano norteamericano fue herido de bala.

El Gobierno ha propuesto un alto al fuego temporal para poder evacuar a los cientos de turistas extranjeros, sorprendidos por los enfrentamientos en el centro comercial de la capital. Alrededor de 600 personas están bloqueadas desde hace dos días en varios hoteles de Makati. El ministro de Defensa, Fidel Ramos, fue objeto de un intento de asesinato, durante una rueda de prensa que ofreció junto a otros doce altos oficiales el pasado domingo.

Un sargento rebelde trató de hacer estallar una granada contra Ramos, pero fue reducido por un agente de seguridad. En otra rueda de prensa ofrecida ayer, Fidel Ramos señaló que en el centro financiero de la capital se han rendido unos 70 rebeldes, mientras «aproximadamente unos 250 continúan». Para el portavoz militar Oscar Florendo, el número de golpistas asciende a 400. Según la radio, los golpistas se encuentran en trece edificios, entre los que se encuentran dos bancos. Una bomba explotó el lunes en el complejo del Banco Central, en pleno corazón de Manila. El artefacto, presumiblemente lanzado por los rebeldes, no causó víctimas.

Una segunda bomba explotó en un restaurante chino situado en Ermita, y destrozó tres coches además de herir ligeramente a numerosos transeúntes. El general Ramón Montano señaló que las tropas amotinadas estaban realmente bien atrincheradas, y que era «extremadamente difícil» penetrarlas. El otro foco de rebelión está concentrado en el aeropuerto de Mactan, en las cercanías de la ciudad central de Cebú, a unos 600 kilómetros al sur de Manila. El aeropuerto sigue bajo control de los alzados, mientras ambas partes negocian la solución pacífica de la zona con la mediación de las autoridades civiles y religiosas. El general de las Fuerzas Aéreas al mando de los rebeldes en el aeropuerto se negó el lunes a rendirse, e indicó que volaría la base si era atacado.

El jefe de las Fuerzas Armadas filipinas, Renato de Villa, ordenó bloquear la isla de Mactan, donde está situada la base aérea, y señaló que todo barco que se aproximara sería hundido. Autoridades militares confirmaron ayer la detención de dos teniente coroneles y un comandante sublevados contra el Gobierno. Los detenidos son los tenientes coroneles Romelino Goho y Filemón Gazmin, y el comandante Mamaril Casipit, que fueron arrestados en un centro de control establecido por las fuerzas leales en la provincia de Pampanga, a unos 100 kilómetros de Manila. Goho fue identificado por Aquino como uno de los cabecillas más importantes de la sublevación. Unos 6.000 soldados dirigidos por cinco generales participaron en el intento de golpe del pasado fin de semana, según el senador Eduardo Maceda.

Maceda relacionó a otros treinta oficiales con la rebelión, pero no los identificó. El portavoz de una delegación filipina encabezada por el vicepresidente, Salvador Laurel, que intenta regresar a su país desde Hong Kong, dijo ayer que el inicio de la guerra en Filipinas era cuestión de días. Durante catorce años los militares gozaron de un gran poder en ciudades y provincias, aunque estaban convencidos de la supremacía de los civiles sobre el estamento militar. Una élite de militares saboreó el poder en 1986 cuando echó a Marcos. Ahora piensan que que el liderazgo civil ha de ganarse la lealtad de las Fuerzas Armadas o enfrentarse a sus consecuencias. El coronel Gregorio «Gringo» Honasan, expulsado del Ejército por Aquino en 1987 por otro intento de golpe, y líder de la actual rebelión, dijo que ellos no querían gobernar, sino acabar con el actual Gobierno, que consideran corrupto.

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