De ahí al abismo hay un paso

De ahí lo siguiente, con ocasión de un permiso del pequeño Bost: «no me haría gracia que él viera a Kos antes que yo, pero por supuesto que también quiero verme con usted al menos dos días antes de dejarle a Wanda «en realidad me vendrían bien 2 días (a escondidas), 3 días Wanda, 2 días (oficiales) y otros 4 a escondidas». 

Discusión con la Védrine; ni hablar de repartirse a Sartre a partes iguales: «dije que creía que usted pensaba también que estos 10 de vida en común me habían dado sobre usted unos derechos que nadie más podía detentar, que pensaba usted deberse ante todo a mí».

Un poco de filosofía no hace daño, sobre todo en la cama. Y, el día en que Sartre arregló el asunto: «en resumidas cuentas, la mentira y la verdad se corrigen admirablemente, usted y yo hemos hecho un buen trabajo. Bastará un mínimo de aplicación para que esa personita pueda ser feliz sin molestar demasiado», el Castor encadena con una carta de Bost: «mis relaciones con él valen más que esos necios celos pasionales».

¿Quién es necio?, se pregunta al final el lector. No le resprocharemos nada a la filosofía de tener un cuerpo ni de mostrarse en camisón. Resulta más bien simpático. No le reprocharemos al Castor que sea inflamable, licenciosa, voluble o lo que quiera. Pero que Leibniz sirva de pretexto para seducir a la Sorokine y que las tesis sartrianas sean el medio para engañar a la Védrine, eso ya molesta más. Y resulta irritante encontrarse con una miserable escena de vodevil. «Cuando veo tanto descrédito y tanta persona amable y débil como la Védrine, Kos, etc., me hace gracia pensar en los sólidos que somos, usted y yo. Yo creo que, hasta ahora, es un éxito para nuestra moral y nuestra manera de vivir».

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