Un sí quiero bastante caro

Si se divide la fortuna de las hermanas Koplowitz por dos, la de cada una de ellas resulta menos imponente -aunque no demasiado- que la que está en juego en la ruptura entre Donald Trump y su mujer, la checoslovaca Ivana. La prensa «amarilla» de Nueva York se está poniendo las botas, y la más seria revista Time no resiste la tentación de lanzarse a las aguas turbulentas del posible divorcio. 

Una fortuna de 1.700 millones de dólares -unos 200.000 millones de pesetas- y el estilo de vida más extravagante del momento -el antiguo yate de Kashogui, un Boeing 727, una mansión de 47 habitaciones en Connecticut, un piso de 50 en la Torre Trump de Manhattan, más la propiedad de casinos, rascacielos, el mejor hotel de Nueva York... - hacen irresistible la historia. Fundamentalmente, el pecado de Ivana consiste en haber cumplido 41 años (Donald tiene 43), pese a sus esfuerzos denodados, con un reciente «lifting», por seguir joven.

Y Donald ha encontrado un amor de 26 años, la modelo Marla Maples, que, encandilada con el magnate inmobiliario, dice de él que le ha dado «el mejor sexo que jamás he tenido».

«Eran la pareja de oro, brillantes como dos monedas recién fabricadas», escribe Emily Mitchell de la hoy rota pareja. Y la gran cuestión ahora -salvo una no imposible reconciliación- está en los términos del divorcio. Donald, que nunca ha dejado de ser un buen hombre de negocios, tiene un acuerdo económico «absolutamente blindado desde el punto de vista legal» con su mujer desde antes de su matrimonio, en 1977. Y parece que sólo está obligado a dejarle 20 millones de dólares y la casa de Connecticut, aunque se rumorea que podría generosamente darle 100 millones, «porque la quiero».

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