Paquita la Miss Europa

La Paca es Paquita, o la Sauquillo, dicho más a lo bestia, como Cristina es la Almeida -no la Alberdi- y Rocío es la Jurado, no la Dúrcal. A Paca la han elegido miss Europa sin necesidad de ponerse un bañador y hacer el indio en una pasarela. Su miserío va por dentro, y de él cabría decir que es como el compendio de las virtudes que adornan a la mujer española, pero en bien. Esa frase, tantas veces cacareada en los concursos de mises, de majas, de madrinas y de reinas, se ha hecho realidad con Paca Sauquillo, que no es miss, ni maja, ni reina de las fiestas ni madrina de ningún juego floral.

Ella se lo monta todo junto, y a falta de piernas para enseñar pone talento para esconder (siempre ha sido muy modesta la chica), porque el talento corre a la velocidad de la luz, mientras que las piernas lo hacen a la velocidad de los tiempos, y en los tiempos jóvenes de Paca las piernas sólo servían para correr delante de los «grises». Compuesta y con banda, pues, Paca regresa de Europa (Europa sigue estando fuera, y he aquí que hasta el lenguaje me traiciona), recogiendo las felicitaciones de quienes llamamos a su casa para mandarle un beso y una flor. Ella te recibe como siempre, con un par de sonrisas aceleradas que dan buena cuenta de su talante. Está contenta, la Paca. No digo que nos pase el título por las narices, pero está contenta.


Se ve que el miserío le ha dado marcha. Yo la envidio desde la distancia, estando como estoy cada vez más apoltronada y con menos ganas de dar el callo. La conocí hace bastantes años. Paca era una chica-Mao que se cogía los días libres para ir a Manoteras a fundar asociaciones de vecinos. Yo entonces no sabía donde caía Manoteras, y mucho menos Mao, y el caso es que cuando lo aprendí no me sirvió de nada, porque Mao ya no era Mao y en Manoteras las chicas leían el «Pronto» y soñaban con ser azafatas de la tele. Había empezado la era del pesoe y la revolución pendiente estaba en manos de Isabel Presyler.

El poder le echó los tejos a Paca para quitársela de en medio, porque era muy incordiona y muy así, y algunos creyeron que terminaría jugando al trivial en casa de Carmen Posadas. Afortunadamente se equivocaron. A las mises como Paca es muy difícil meterlas en cintura. Ella sigue siendo una roja convicta y confesa que guarda en el corazón el viejo sueño de la utopía. Mientras llega y no llega la cosa, Paca se deja la piel en el empeño. No hay trabajo que le venga grande, y si en tiempos tuvo agallas para mojarse en las barricadas del Pozo del Tío Raimundo, ahora las tiene para hacerlo en Bosnia, donde llevará el bálsamo de su miserío impenitente. Y es que Paca Sauquillo, toda ovarios y animosidad, siempre ha echado el resto en la pasarela de la vida.

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