La bruja de la señora Danvers

Es la mala, la perversa bruja Pirulí, el hada de los hielos, la madrastra de la pobre Blancanieves, las hermanas de Cenicienta: va de negro, sobriamente peinada y nunca se le ven los pies, porque nunca se desplaza, que está allí parada, quieta como una piedra, inmóvil, para darle un susto a la cordera, rubia, de ojos azules e inocentes, con túnica de rebeca y sin conseguir explicarse la maldad: es Caperucita, es Gretel, es Pulgarcito disfrazado de niña, pero sin ánimo de ofender y sin astucia. Allí metieron a las dos, los infames hermanos Grimm aliados con el satánico mago Hitchcock.


Tenían todos una historia desvencijada, páginas, casi de saldo, de una novela de moda, pero tenían también un castillo personaje que se llamaba Manderley y que había de purificarse en las llamas del infierno y sobre todo una malapersonaje tan de una pieza, que no cabía más. La señora Danvers, que en el mundo se llamaba Judith Anderson, lo cual es un buen dato, porque si cambiamos la o por otra e, ya estamos metidos en el saco del Hombre del Mismo, y de la bruja Undiente.


¿Por qué la señora Danvers es más mala que el Ama de Llaves de Rebeca? Es mala simplemente por buena, es mala por amor, por desvivirse por los demás, por cariñosa y por fiel: sobre todo es mala por fidelidad a su heroína. Allí estaba ella, en Manderley, cuando la auténtica señora De Winters brillaba en sus salones, antes de que surgiera la advenediza Joan Fontaine, arrebatando cama y fortuna a la desaparecida. ¿Qué iba a hacer la señora Danvers más que toturar a la zorrita recién llegada? ¿Y qué iba a hacer la rubia, si no sufrir en silencio o llorar a solas, que ni mandar sabe en su casa?

Porque en el fondo, y no tan en el fondo, en el duelo a espada señora Danvers-nueva señora de Winters, quien juega sucio es la señorita de compañía, que se hace la buena y nunca descubre sus cartas tramposas, que ella -el ama de llavesbien dirige la punta de su acero al corazón de la intrusa. Dicen que -en los descansos del rodaje de Rebecaalgunos vieron los pies de la señora Danvers, que no eran pies, sino pezuñitas de cabra. Y dicen también que otros -y entre ellos el propio Hitchcock- olieron su delicado perfume de aromas de azufre. ¡Bendita seas, mala, más que mala, en un mundo de tiernas rubitas, que sólo tú, con tu suprema maldad, conviertes en humano!

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