Paul Scarrott es peligroso, pero menos que tocar el violín

Paul Scarrott es una bestia parda, un matón, una alimaña, un tipo atravesado y siniestro, pero gracias a ello ha logrado convertirse en el Rey de los hooligans. Lástima que Italia sea una república y los reyes no sean santos de su devoción, y menos éste, de modo que en cuanto los carabineros detectaron su presencia en el país procedieron a deportarle en el acto. Francesc Aguilar, corresponsal de El Periódico informa de la captura del hampón británico, que no es un lince, sin embargo, en la técnica del disfraz: «El "hooligan número uno" fue fácilmente identificado por las autoridades italianas por el tatuaje que lleva en su labio inferior, en el que se puede leer el nombre de su equipo favorito, el Nottingham Forest».

El angelito, que había penetrado ilegalmente en Italia, no demostró, en efecto, dominar mucho la cosa del incógnito: «Paul Scarrott, que se encontraba solo en el momento de su captura, llevaba una amplia bandera inglesa sobre sus espaldas y una botella de vino de cinco litros, prácticamente vacía». El gamberro del Nottingham es, sin embargo, un excelente patriota, y no sólo eso, sino, según él, un violento bastante ponderado: «he venido a animar a la selección de Inglaterra y a verla ganar el Campeonato del Mundo, a pesar de que sea bastante mala. Por lo demás, no uso sistemáticamente la violencia contra todo el mundo».

Y, en efecto, contra los hinchas de Camerún o de Corea del Sur no, pero contra los holandeses estaba dispuesto a usarla todo lo que hiciera falta: «declaró que existían unos 500" hooligans" en Roma dispuestos a realizar una emboscada antes del primer partido de Inglaterra en Cerdeña, y ya había anunciado que su banda buscaría a los aficionados' holandeses en la estación Central de Roma, precisamente donde fue detenido por la poliía italiana». El Rey de los hooligans es, ciertamente, más peligroso que un mono con navaja, pero los instrumentos musicales, que parece que no han roto un plato en su vida, no le van muy a la zaga, según cuenta Josep Corbella en un bien documentado reportaje de La Vanguardia.

Tres de cada cuatro músicos de orquesta acaban hechos cisco, tal es la desoladora conclusión de un estudio realizado entre 4.050 profesionales de Nueva York. El oído, como es natural, es lo que más sufre: «Más del 50% de los músicos de orquesta presenta trastornos auditivos crónicos pasados los veinte años de profesión. Aproximadamente el 60% presenta síntomas de fatiga auditiva después de un . concierto.


Y el 90% se queja de la proximidad de los metales o las percusiones». Metales y percusión devastan las orejas de las inmediaciones, pero no son instrumentos que fastidien mucho a sus propios intérpretes. La percusión, nada, y los metales «concentran el dolor en el anular de la mano' derecha, un dedo especialmente torpe y débil que lleva cabo trabajos de gran responsabilidad». Los violines, tan melodiosos y vibrátiles, son, en realidad, un infierno para . sus ejecutantes, a los que producen horribles molestias en «la mano izquierda, el homoplato derecho, en el cuello y en el hoinbro izquierdo».

Para ilustrar lá inusitada de la música sinfónica, el reportaje cita algunos casos estremecedores: «Louis Armstrong que prefirió que le proliferara un cáncer de laringe antes que abandonar la trompeta Roben Schuman, el pianista alemán qué perdió 'la movilidad del dedo medio de la mano rierecha, o el también pianista Leon Fleischer, al que una anquilosis progresiva apartó de los escenarios». Los músicos de rock lo llevan peor, acaban todos tenientes, pero también se llevan por delante a quienes les escuchan: «El número de trastornos auditivos es anormalmente elevado entre quienes frecuentan las discotecas».

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