La escritora del año

Llevaba 11 años con esa historia en la cabeza. De alguna manera, le había costado un trabajo fijo, un matrimonio y seis kilos. Por eso, cuando el pasado 19 de mayo, en el Real Alcázar de Sevilla, el jurado del XVI Premio de Novela Fernando Lara anunció el título ganador, Silvia Grijalba (Madrid, 1967), de negro y con un joyón que había pertenecido a su abuela, tuvo esa efervescente sensación de que, por un momento, todo tiene algo de sentido.

Contigo aprendí, las 300 páginas en que había novelado la vida de esa abuela cuya sortija lucía, se alzaba con uno de los galardones más codiciados -y mejor dotados: 120.200 euros- de España. Su sueño de vivir de la literatura se concretaba. Y su nombre quedaba unido a los de Terenci Moix, Francisco Umbral, Luis Racionero, Ángeles Caso, Mercedes Salisachs...

"El otro día estaba en una fiesta y coincidí con un editor al que admiro", relata dos semanas después de la concesión del premio en La Libre, un acogedor café librería de Lavapiés, el barrio madrileño donde vive. "Yo aún estaba con el shock, y él me dijo: 'Veo que no te estás dando cuenta de lo importante que es que te hayan dado el Lara. Tú no eres un escritor que venda 50.000 ejemplares, así que si te han dado el premio es porque la novela tiene que ser buenísima. Si no, no te lo dan'. Y me quedé pensando: 'Pues será verdad...', ja, ja, ja".

Probablemente la conozcan de novelas como Alivio rápido (Plaza & Janés, 2002) o Atrapada en el limbo (Plaza & Janés, 2006). Si son lectores de El mundo, además, quizá les suene por sus reportajes en Magazine, por la columna de sexo que solía escribir en las páginas de local o por sus glosas de los programas del corazón en el suplemento La Otra Crónica.

Durante años, hasta que decidió abandonar la redacción de este periódico para dedicarse a la literatura, cubrió la información musical. Escribió monografías para la editorial La Máscara sobre Depeche Mode, Dire Straits o Santana y otros libros como Dios salve a la movida (Espejo de Tinta, 2006) o Palabra de rock. Antología de letristas españoles (Fundación José Manuel Lara, 2008). Puso en pie el festival Spoken Word, amalgama de poesía y música. Tocó el theremin, una especie de antena que emite sonidos cuando se le acercan las manos usada por algunos músicos, y aún ejerce ocasionalmente de dj.

Pero antes que todo eso fue una niña. Una niña, como Caperucita Roja, con una abuela. Sólo que la suya, María Luisa Álvarez, Mori, no vivió en una casita en el bosque, sino en La Habana y Nueva York; no se codeaba con leñadores sino con Dorothy Parker; prefería los vestidos de Balenciaga y Schiaparelli a los camisones, y nunca se dejó comer por el lobo.

"Las anécdotas de mi abuela eran míticas en casa", explica Grijalba. "Cuando yo la conocí, seguía siendo muy elegante. No era sólo belleza, que también, sino una fuerza, un carisma, que yo sólo he visto en artistas de rock. Cuando Mick Jagger o David Bowie entran en un sitio, todo el mundo se queda mirando, aunque no sepa quiénes son. Mi abuela tenía ese magnetismo".

Nacida en Madrid hace 43 años, la futura periodista y escritora creció en Torremolinos (Málaga), adonde llegó cuando su padre fue nombrado director del concesionario de Rolls Royce en la Costa del Sol. Hija única, en los veranos sus padres la mandaban a Somao, en Asturias, a que pasara temporadas con la abuela paterna. Y allí empezó a germinar su fascinación.

"Uno de los momentos mágicos del día era cuando ella se despertaba", cuenta la autora de Contigo aprendí. "Llamaba al ama de llaves y le preparaban el baño. Se daba un baño de sales, se untaba una crema de rosas que compraba en Nueva York y se volvía a acostar. Y entonces me decía: 'Silvia, ya estoy despierta'. Tenía una cama enorme con dosel, y yo me acostaba con ella y me contaba sus vivencias con Xavier Cugat, con Cole Porter, con Dorothy Parker... personajes que yo no conocía pero que luego supe quiénes eran".

Pero no era sólo que María Luisa hubiera sido una mujer adelantada a su tiempo, cosmopolita y tenazmente independiente. Además, había vivido una encendida historia de amor imposible. Crecida entre los 10.000 volúmenes de la biblioteca de su padre y algunos buenos profesores de Literatura en un conocido colegio del Opus, Grijalba, decidida a ser escritora, intuyó que ahí tenía su gran novela.

"Mis amigos saben que llevo 11 años hablando de esto", comenta mientras bebe agua mineral. "Mi primera editora, Raquel Gisbert [editora también de la exitosa El tiempo entre costuras], decía que tenía que escribir esa novela, aunque tal vez debiera empezar con otras, para hacer oficio".

Y eso hizo. En 2002 publicó Alivio rápido, en la que descargó lo que llevaba en la mochila desde los días en que cubría -y participaba- en festivales de rock, y en 2006, Atrapada en el limbo, de la que se prepara una película. Hasta que, hace tres años, tras la muerte de su padre, sintió que ya estaba preparada para entrar a fondo en la historia familiar y cambiar radicalmente de registro literario y de ambientes.

"Soy muy ecléctica en mis gustos", dice ella. "Me apasionan Satie [compositor y pianista francés de principios del siglo XX] y Bauhaus [grupo de rock de vanguardia de los primeros 80], o Jane Austen y la generación beat. Y tal vez por la educación que recibí, puedo cenar sin problemas en una embajada o con jóvenes artistas en Malasaña. Puestos a elegir, prefiero un hotel de cinco estrellas que una pensión. Pero hace poco viajé por Irán y Uzbekistán y lo mismo dormía en casas de miembros del cuerpo diplomático que en un colchón bajo las estrellas. Me adapto a todo".

COMO UN ENAMORAMIENTO. Durante meses alternó la escritura con sus encargos periodísticos. El libro iba creciendo en Robledo de Chavela, a las afueras de Madrid, adonde se fue a vivir dos años; en Málaga, en casa de un amigo, o en la morada de otros amigos, Fernando Sánchez Dragó y su esposa, Naoko (Grijalba colabora en el programa del escritor, Las noches blancas). Pero al final fue en Madrid, en un mes de éxtasis de escritura, donde remató la historia. "Me encerré totalmente", desvela. "Escribía casi todo el tiempo, adelgacé seis kilos. Fue como una enfermedad o un enamoramiento. Entré en una especie de trance como si alguien me dictara".

Así terminó de alumbrar la obra, un relato de amor y renuncias a la manera clásica. Y como sus personajes, ella también guarda cierta sensación de haber pagado algunos peajes. "Yo he sacrificado muchas cosas por esta novela", apunta. "Por eso agradezco tanto el premio. Le doy las gracias a mucha gente, incluido mi exmarido [el músico Javier Colis], que aceptó que nos fuéramos al campo. No creo que se pueda decir que por la novela hayamos roto el matrimonio, pero quizás si las circunstancias no hubieran sido esas, las cosas habrían sido de otra forma. La literatura es muy puñetera...".

En cierto modo, pues, el premio y la publicación con honores del libro a cargo de Planeta vuelven a poner las cosas en su sitio. Incluso le permitirán algún capricho. "Creo que me voy a comprar un bolso Kelly de Hermès, ja, ja, ja", deja caer. "No me gasto mucho en casi nada, pero siempre he querido un Kelly [el precio que da la firma francesa, "desde 4.000 euros"]. Mi abuela tenía uno y se perdió inexplicablemente en una mudanza. Sí, al final, mi abuela me va a regalar un Kelly, ja, ja, ja...".

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