Sevillanas cabreadas

Hace ya algunos días que leí la noticia y no consigo descongojarme. Diré más: no acabo de creérmelo, no puede ser verdad lo que contaba aquella crónica. Hasta mi amiga la Susi, que no es precisamente una terecalcuta, está hecha polvo. 

En Lloret de Mar, durante la cena de despedida a quinientos jubilados que concluían unas vacaciones programadas por el Inserso, trescientos de los comensales, increíblemente andaluces, impidieron a abucheo e insulto limpio que los vascos del grupo cantaran una canción, supongo que muy bella y conjuntada, en su idioma. Separatistas, salvajes, terroristas: qué sé yo las barbaridades que les dijeron. 

De nada sirvió la intervención quizás estomagante del honorable Pujol, que presidía: el condumio, y aquello terminó con un espectáculo desolador: andaluces arremangados y descompuestos, dando zapatazos, pisoteando los regalos que les habían hecho, bailando como zulúes unas sevillanas feroces e intolerantes. Qué horror. Soy andaluz. Siempre he creído en la hospitalidad, la magnanimidad, la elegancia natural de mi gente. En estos últimos tiempos, me duele la adjudicación indiscriminada a mis paisanos de las viciosas apetencias del primoderrivera, la natiabascal, el juanguerra y el bizcopardá de turno. 

Hace nada, Rocío Jurado declaraba que, para ella, Alfonso Guerra era el prototipo del andaluz, pero creí que se trataba de folclórica; sin duda, quiso decir que Alfonso Guerra es la caricatura estereotipada, zafia y grotesca del andaluz. Ahora, con esta historia de andaluces, intransigentes y sevillanas furibundas y de la peor ralea patriotera, el alma se me cae a los pies. ¿Cómo puede nadie, sobre todo si es andaluz, hacer eso con las sevillanas? Es un baile risueño, acogedor, tan generoso, consentidor y comprensivo que hasta se deja perpetrar por tiesos banqueros engominados o esquimales con insolación. Entonces, ¿qué nos está pasando para que a algunos andaluces les salgan sevillanas como miuras? 

¿Quién o qué tiene la culpa de esas sevillanas kukuxklán, crispadas y colmilleras como una danza campal? Allí, en Lloret, tal vez hubo problemas de convivencia. Quizás esos jubilados andaluces vivan en pueblos en cuyos cementerios yacen puñados de muchachos a quienes la falta de oportunidades empujó a la policía o la guardia civil, y fueron asesinados en el País Vasco. Ayer mismo, alguien mandaba amonal y goma dos contra Sevilla. 

Es duro. Pero cuesta entender que alguien quiera vengarse, rechazar, insultar, herir bailando por sevillanas. Tan deprimido me ve, que la Susi quiere bailar conmigo unas sevillanas de desagravio. No soy ciertamente un experto, y ella preferiría hacerlo con un camperito rubio de La Algaida. Pero trata de animarme. Quiere que bailemos sevillanas felices. Vamos a bailarlas, por dios. Para que cunda. Para que nunca nadie, ningún andaluz, vuelva a bailar sevillanas furiosas.

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