Sólo es cuestión de raza

Casi de un día para otro, O.J. Simpson dejó de ser un rico, una celebridad de Hollywood, para convertirse en símbolo de la opresión que padecen los negros a manos de los «polis» racistas. Esta ha sido la principal estrategia de la defensa: transformar a O.J., el héroe del deporte y la estrella de los anuncios de la compañía de coches de alquiler Hertz, en una especie de «chico del barrio».

Lo cierto es que los abogados de O.J. no estaban inventando nada nuevo cuando sacaron a la palestra la tesis de que Simpson no había planeado ningún crimen ni había degollado a nadie, sino que era víctima de un complot policial. La misma estrategia se empleaba a la vez en otro tribunal: el que juzgaba al congresista Walter Tucker por cargos de extorsión.

«Esta es una acusación racista, formulada por racistas, con el intento racista de hundir a cualquier negro que trata de subir», señalaba el diputado acusado. Un mensaje calcado al que se ha escuchado en el juicio contra O.J.

El argumento de la raza es para la comunidad negra algo más que un recurso del que echan mano los abogados. La tercera parte de los jóvenes de color de entre 15 y 24 años están encarcelados o esperando a ser juzgados.

Los negros constituyen sólo el 12% de la población de Estados Unidos, pero suponen casi de 50% de la población reclusa, compuesta por un millón y medio de personas. La enorme cantidad de personas de color encarceladas -independientemente de que sean o no culpables- pone en evidencia una patología americana que la nueva ley anti-crimen no hace sino intensificar.

Pero este no era el universo de O.J. Simpson. Estrella de los deportes, héroe nacional, con papeles en el cine y una lucrativa carrera como publicista, Simpson se divorció de su primera mujer, una negra, para casarse con la modelo Nicole Brown y vivir «como los blancos».

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