Esto sí que es una paradoja

La mayoría de la gente de Estados Unidos no está sorda. La mayoría de la gente norteamericana disfruta escuchando. Pero, y esta es la paradoja de su democracia o quizá de su Constitución, los pocos que dirigen los asuntos exteriores del país en el extranjero, que toman como misión suya arreglar y politizar el mundo de acuerdo a lo que ellos ven como intereses de Estados Unidos, estos guardianes de inmenso e intrincado poder, no escuchan. 

Ellos eligen la sordera insistentemente. Las consecuencias son eficacia y muerte. El año pasado fui invitado por la Universidad de Chicago para pronunciar unas conferencias sobre política internacional. En un primer momento acepté, sintiéndome honrado por la invitación. Admiro las firmes tradiciones liberales de la Universidad, y estas conferencias son el mayor acontecimiento bianual del campus. Tras mucho pensar, decidí no ir. Era libre de decir todo lo que he expresado aquí y más. Seguramente conocería a alguien que estuviera de acuerdo conmigo. 

Pero ir a Estados Unidos en este momento, a cambiar impresiones, a debatir, a hablar, a elegir palabras como si la sordera de este país en asuntos internacionales no fuera, en parte, responsable de la actual agonía de Oriente Medio, sería confabularse con esa misma sordera, y pretender que fuera menos cruel de lo que en realidad es. 

Que los americanos que están de acuerdo conmigo vean este pequeño gesto como un apoyo a ellos en su lucha para cambiar la voz de su país. Y para los artistas y pensadores de Europa u Oriente Medio que puedan encontrarse en situación similar a la mía, hago un llamamiento a seguir mi ejemplo. Nuestra obligación ahora es oír a los que no han sido escuchados.

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