La última batalla de Borbolla

Esta en su día cero tras dejar que los enemigos terminen de borrar una parte de su futuro y los pocos amigos mantengan el estandarte del borbollismo sobre las minas de la Numancia sevillana. José Rodríguez de la Borbolla no quiso asistir ayer a la reunión del Comité Ejecutivo del PSOE andaluz, pese a que es miembro nato del mismo en razón de. su cargo. Se limitó a levantar el teléfono y pedir a su secretaria que le pusiera con el ministro de Trabajo: Manolo, te llamo porque quiero ser el primero en desearte suerte. 

Gracias Pepe, ya sabes que me he resistido hasta el final, pero las decisiones del partido hay que aceptarlas. El primer cerrojo a siete años al frente del Gobierno andaluz se corría con educación por parte del hombre que más ha soportado el acoso dentro de su propio partido, casi desde el mismo día en que sucedió al inestable, emocional y carismático Rafael Escuredo. La crisis dentro del PSOE de Andalucía hay que entenderla dentro de la más general que vive el partido de cara al próximo Congreso y a la inevitable remodelación del Gobierno que debe efectuar Felipe González. 

Sin la proximidad del «gran' Cónclave» socialista y el enorme debilitamiento de la hasta ahopra pétrea figura de Alfonso Guerra, nada de lo que está sucediendo estos dias y lo que va a ocurrir en los próximos meses sería igual. José Rodríguez de la Borbolla era vicepresidente de la Junta de Andalucía en febrero de 1984. El día 16, Escuredo regresaba a Sevilla, tras entrevistarse con Alfonso Guerra en ja Moncloa, y en el aeropuerto tle San Pablo anunciaba a los periodistas su irrenunciable adios por «motivos personales». El mismo día, seis años y dos meses después, Rodríguez de la Borbolla descendía del avión en Jerez, quizá para no repetir la misma escena y casi las mismas palabras. La historia, a veces, se copia a sí misma. 

A Rafael Escuredo le mató políticamenmte la misma mano que a su sucesor: una mano bicéfala, la de Felipe Guerra o la de Alfonso González, que nada se mueve en el Partido Socialista sin la voluntad de los dos dirigentes. Borbolla esperó hasta el . final, como esperan los condenados, el ansiado indulto de la única persona que podía otorgárselo: el presidente del Gobierno y secretario general del partido. ¿Habló con él en las últimas 48 horas?. Me atrevería a decir que sí y que Felipe González tan sólo pudo decirle: «lo siento, no está en mis manos». 

Sus verdugos dispararon ayer al aire, pues él les había hurtado su cuerpo en la reunión de la sevillana calle de San Vicente, para evitar que los ojos expresaran todo el rencor acumulado a lo largo y ancho de los últimos años. En la sede socialista si estuvieron el melifluo Leocadio Marín, la esperanza rota de los guerristas; el duro Carlos Sanjuan, pegajoso y febril como las sanguijuelas que administraban a los cuerpos enfermos; el ugetista Manuel Fernández, siempre dispuesto a actuar de comparsa...Y estaba el cerebro, el auténtico. protagonista de toda la operación de acoso y derribo, el exconsejero de Gobernación de la Junta de Andalucía y actual portavoz socialista en el Parlamento, Enrique Linde. Junto a ellos dieciseis personas más que actuaron de meros testigos, convocados para firmar el acta de defunción del «rey Borbolla» y dar los gritos de rigor a favor del nuevo «rey Chaves», que había dado su consentimiento para convertirse en el heredero.

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