La escandalosa vida de Kate Chopin

Pero su vida no es su vida, y quiere otra. No por mala, ni por ninguna de las proclividades satánicas del mujerío, tan bien sazonadas por Juvenal, por una cáfila de padres de la Iglesia y por más de cuatro espadones celtíberos.

 Sencillamente porque es una persona con derecho a una existencia individual. Lo grave del asunto (mucho más grave que en la novela inspiradora, «Madame Bovary» de Flaubert) está en que las reglas de la sociedad burguesa/masculina no se aceptan por la mujer. El duelo es a muerte. En la novela «El despertar» pierde la protagonista (que ha de suicidarse, en inevitable concesión literaria, carente de congruencia con el resto del libro). 

En la vida real también perdió Kate Chopin, obligada a abandonar la literatura por culpa del escándalo. En la historia, en el largo plazo, ganaron las mujeres y murió la sociedad burguesa. ¿Cuántas veces lo he escrito ya? En este siglo nuestro, tan pródigo en revoluciones episódicas, las mujeres han aportado el único cambio revolucionario con visos de permanencia: la desvaronización de la cultura.

En los primeros decenios del presente siglo, los libros más tremendos fueron escritos por tres clases de marginados: los judíos, los fascistas y las mujeres. Freud trastrueca todos los contenidos de la vieja alma occidental. Céline - uno de los muchos ejemplos posibles- desgarra los fondos del lenguaje en busca de la salvación oculta. Simone de Beauvoir, con la obra «El segundo sexo», antes, en la obra de Virginia Woolf. Son aportaciones son definitivas. A partir de ellas, los judíos naufragan en el sionismo atroz, los fascistas cumplen con sus propios apocalipsis y las mujeres se amoldan a la tentación de la ideología. Durante años, es el reino de la ya mencionada Kate Millett, de Margaret Mead, Germaine Greer, Betty Friedan, Juliet Mitchell, Valerte Solanas, Mary Elman... 

Pero: «Todo libro sobre feminismo radical vendrá a ser un fracaso político si no se ocupa del amor» (Shulamith Firestone, «Dialéctica del sexo», 1970; libro presentado en USA con este aparatoso eslogan: «El eslabón perdido entre Marx y Freud»). Qué diablos: hay que ocuparse del amor, de la Gran Panacea de la cultura occidental, capaz de curar por una sola dosis.

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