Planetas lejanos pero que muy lejanos

Marte es un pedrusco requemado por la radiación solar, con un clima demasiado seco, estiman los científicos, desde hace unos 600 millones de años. Que viene a ser cuando la Tierra empezó a albergar animales pluricelulares complejos. Pero tiene agua, la clave de la vida. La tuvo abundante, en masas oceánicas, hace de 3.000 a 4.000 millones de años, según las huellas recién detectadas por el radar Marsis de la sonda Mars Express, cuya mirada penetra hasta 80 metros en el terreno. Parte de ese agua sigue ahí, como hielo y tal vez incluso líquida, en el subsuelo.

Hay una ciencia que estudia la vida en todo el Universo. Se llama astrobiología y quizás no puede haber hoy una disciplina más teórica, ya que ni uno solo de sus investigadores ha tenido ocasión aún de hacer trabajo de campo fuera de la Tierra. Pero la pregunta ya no es si hay vida fuera del sistema Solar, sino qué posibilidades tenemos de encontrarla. «No se trata de hombrecitos verdes, sino de organismos vivos», puntualizan Luis Cuesta y Juan Ángel Vaquerizo, del Centro de Astrobiología (CAB), que depende a la vez del CSIC y del INTA (Defensa), un centro con actividad multidisciplinar de astrónomos, biólogos, físicos, ingenieros, químicos, matemáticos...

Hace apenas 20 años cualquier hipótesis en esta materia era un acto de fe y lógica. Ahora, los continuos hallazgos de exoplanetas (el primero fue en 1995, por Didier y Queiloz, recién premiados por el BBVA) ya no llevan a portada un nuevo planeta (hay más de 2.300 candidatos detectados), a menos que sea «como la Tierra», con «atmósfera» y situado en «la zona habitable de su sistema solar». Todo lo cual, naturalmente, transmite la idea inmediata de que ya podemos irnos ir a vivir allí.

Supongo que esto es un agujero negro en el conocimiento popular, provocado por nuestra incapacidad de comunicación de los tiempos modernos. Empezando porque hay que repetir que todavía no hemos visto (lo que se dice ver, captar imagen con el sentido de la vista) ni un solo planeta fuera del sistema Solar. La detección se hace mirando con otros sentidos: captando el bamboleo de una estrella, por el efecto gravitacional de otro cuerpo celeste que se mueve en su proximidad, o sea, orbitándola. Por eso, hasta hace poco sólo se conocían planetas gigantes. A medida que los radiotelescopios mejoran, los pueden ver incluso más pequeños que la Tierra. Y observando el espectro luminoso, cuando el planeta pasa por delante de la estrella, se puede estimar su solidez y posible envoltura gaseosa (atmósfera).

No son apuestas, sino estimaciones fundadas. «El esquema que vemos indica que debe haber millones de sistemas solares como el nuestro y planetas como la Tierra, sólo en la Vía Láctea», dice Vaquerizo.

Pero todo sigue tan lejos, que la primera parada objetiva en busca de vida sigue siendo el cercano Marte, a donde ahora viaja el explorador Mars Curiosity a unos 20.000 kilómetros/hora, con su ordenador reparado (según anunció la NASA el jueves) y su sistema de navegación «celestial» restablecido. Ir a cualquier otro sitio a, digamos, 60.000 kilómetros/hora, costaría 18.000 años por cada año luz de distancia. Y la estrella más próxima está a 4,5 años luz...

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