Vuelve Victoria ``la choni´´
Adams es el verdadero apellido de Victoria Beckham, y no hay
duda, observando ciertos aspectos góticos de su evolución estética en estos
últimos cinco años, de que la choni posh de otros tiempos más cantábiles vuelve
a sus orígenes.
¿A nadie se le ha ocurrido hacer un remake de La familia Adams
con ella de protagonista y Karl Lagerfeld como cuitado esposo? ¡Ay! el mundo
del cine siempre me decepciona: sería una señora Adams incorregiblemente lejana
y ausente, es decir, muy seriamente vestida, pero de borde, que es un matiz al
que no todas llegan.
¿Hay algo que esta chica feúcha y escrupulosa no haya
conseguido? Tal vez caer simpática, pero como ella misma confesaba en una
entrevista, no es cuestión de que su carácter tenga rebordes miserables, sino
de que simplemente no le da la gana sonreír en público: en casa debe de
troncharse.
A mí esa voluntaria falta de empatía con el mundo feliz que nos
traemos entre manos, y que siempre ha cuidado de hacer explícito esta gran
empresaria de sí misma, me la hace definitivamente graciosa porque no es fácil
el papel de mala en una sociedad en la que hay que ser simpáticos a toda costa.
Ni siquiera en aquella escena de terror pop, cuando se subió al coche en
compañía de sus ex Spice Girls en la ceremonia olímpica de la confusión, rompió
Victoria su regla de oro: ser desagradablemente sexy. Y ¿cómo se compone y
arregla; cómo se viste y calza una mujer desagradable?
Primero, como decía otra
de las más agrias mujeres del mundo, la afortunadamente extinta duquesa de
Windsor, hay que llegar a una edad incierta, ni muy fresca ni completamente
desbaratada.
Y así, ahora que cumple los 40, Victoria Adams, con su silueta
–porque ella ha conseguido no tener cuerpo y solo tipo– y su alta sombra aupada
por los traidores tacones, dibujándose fieramente sobre las cortinas que cierran
su propia colección de moda pensada para atrapar musarañas, ha llegado a la
estilización total de algo que no solo es un contra-estilo, sino un
contrasentido: el chic sombrío.
A mí me gusta pensar en ella a la vuelta del
trabajo, especialmente porque al llegar a casa, un sol de hombre (esta
expresión nunca encontré modo de utilizarla antes y ahora lo comprendo) le
sonríe mientras tintinea el oro en su cabeza, ¿o era al revés? Sí,
definitivamente, el chic de Victoria es un secreto a voces: se llama David y no
es el de Donatello.
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