Michael Jackson el paradigma de un juguete roto

Tan monos de pequeños, y tan malos de mayores. De las estrellas del mundo del espectáculo, los juguetes rotos son los preferidos por los morbosos. Dicen que muchos niños disfrutan más cárgandose sus muñecos que jugando con ellos, y, de igual forma, buena parte del público goza viendo la degeneración de los pequeños entre drogas, sexo chungo y demás vicios. Como ver pudrirse un ramo de flores.

Michael Jackson sería el paradigma de este fenómeno. Explotado en su infancia como el gracioso negrito al frente de los Jackson 5, Michael se convirtió luego en un genio de la música y el baile. Pero he aquí que, en la cima de su carrera, empezó a experimentar lo que las gentes biempensantes llaman excentricidades. Primero fue el abandono del color negro de su piel por una tez albina, acompañado ello de frecuentes visitas al cirujano plástico para conseguir la nariz de Peter Pan. Luego, los encierros en su rancho de Neverland, alejado del mundo exterior. Todo ello, para acabar desembocando en su conocida y extraña relación con los niños, que le ha acarreado varios problemas legales.


Macaulay Culkin (1980) sería otro arquetipo. Tras protagonizar Solo en casa y su continuación, Culkin se convirtió en uno de los actores mejor pagados de Hollywood. Todos querían ser amigos de este niño adorable; también Michael Jackson. Pero su carrera se cortó abruptamente a mediados de los 90, cuando le cambió la voz y sus padres, tras divorciarse, se enzarzaron en una batalla legal por su custodia, peleándose por la gallina de los huevos de oro. Macaulay no volvió a ser el mismo. Dejó la interpretación. Tuvo problemas con la bebida. Con 18 años se casó con Rachel Miner, otra niña actriz, de la que se separaría dos años después. A los 23 volvió, pero para hacer películas independientes y personajes alejados de su antiguo candor. Por ejemplo, en Party Monster interpretó a Michael Alig, un fiestero politoxicómano y homosexual que mató a un camello descuartizándolo. Y un año después fue detenido por posesión de marihuana y clonazepán sin receta.

Igualmente suculenta es la historia de Drew Barrymore. Nacida en el seno de una familia de larga tradición actoral (casi 200 años), Barrymore hizo correr ríos de baba como la adorable niñita rubia de E.T El extraterrestre. Pero se ve que no encajó bien el éxito. A los ocho años ya iba a las fiestas de Studio 54, con nueve fumaba y bebía, a los 10 se interesó por la marihuana y a los 13 probó la cocaína. Todo lo contó en su autobiografía, Niña perdida, a los 15. De los 17 a los 21 hizo papeles de alta carga sexual, apareciendo desnuda numerosas veces. Luego pegó un par de gritos en Scream y, hala, reinsertada.

Algo más inquietantes son las gemelas Olsen. Se hicieron millonarias como caras intercambiables de un solo papel: el bebé de la serie Padres forzosos. Dos décadas después, con discos y películas de por medio, siguen rentabilizando aquel tirón. Ahora bien, en el camino se quedaron en los puros huesecillos. Mary Kate fue internada a los 18 por problemas de anorexia, poco después le pasó el novio a Paris Hilton y estuvo implicada en la muerte de Heath Ledger como arrendadora del piso en el que se le encontró muerto.

La última en unirse al club es Lindsay Lohan. Pero llega pisando fuerte: conducción con alcohol, arresto por cocaína, entradas y salidas de rehabilitación... La saga continúa.

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