Un portero jamás permitirá el paso a un tío que no vaya vestido como Dios manda

Va siendo hora ya de pegarle un palito a la Feria, que esto se acaba y no hemos hecho más que echarle sahumerios en esta página, se supone que crítica y mordaz. Bueno, pues ya está bien de tanto incienso, dejemos quieto el botafumeiro, cesen de inmediato los efluvios aromáticos que disimulaban la fritanga y vayamos al lío, que bastante tela y más de un traje hay para cortar en la Feria de este año. 

Desde luego, trajes, todos los que queramos. Ya se ha dicho que de un tiempo a esta parte, más que la Feria lo que parece que se celebra en el Real es la función principal de instituto de una cofradía. Desde que el look capillita quedó instaurado como uniforme oficial del feriante, todas las casetas parecen sucursales del Puesto de los Monos en un domingo de Cuaresma. Tan lejos ha llegado la cosa que ir a la Feria descamisado y en vaqueros se ha convertido en pecado de lesa sevillanía. Cualquier pretensión de intentar colarse de esa guisa en una caseta por el viejo procedimiento de «voy a entrar un momento para ver si está Pepe» ya se puede ir olvidando de antemano. Ningún portero permitirá jamás el paso a un tío que no vaya a la Feria vestido como Dios manda. O sea, de capillita. 

La única alternativa para que el de los vaqueros pueda darse un trago más o menos en condiciones, y pagando por supuesto, se reduce ya al puesto de Los Maños en la calle del Infierno. Es lo que hay. Las consecuencias de la implantación del traje obligatorio en la Feria no se quedan, empero, ahí. Porque con tanto traje y tanta corbata, más la proliferación del trago largo, la Feria ha acabado cobrando cierto aire de cóctel, de recepción de tiros más o menos largos y ahí no pegan mucho, por ejemplo, las sevillanas de toda la vida, que son más apropiadas para otro tipo de eventos. 

Por eso seguramente usted también habrá advertido que desde hace años viene pasando en la Feria con las sevillanas lo mismo que en Semana Santa con los nazarenos; que de protagonistas principales han pasado a convertirse en elementos secundarios. ¿Desde cuándo no hay unas sevillanas que las cante todo el mundo, esas 'sevillanas del año' que antes no faltaban? Ahora sólo quedan grupos clónicos que no aportan nada nuevo, tríos de cajón que cantan la rumba pija, género ad hoc para una Feria cursi y relamida donde todo es pose y cuento. Una Feria en la que, si no fuera porque estamos tiesos, las raciones, en vez de pimientos fritos serían de Ferrero Rocher.

Agarrémonos, pues, al clavo ardiendo de la crisis, pues gracias a ella la Feria se está salvando de cosas aún peores, porque peor que lo relamido es lo cutre, que era por el camino que iba antes de que todo se viniera abajo menos la prima de riesgo. Porque fue precisamente la crisis, que ya empezaba a enseñar su negra patita, lo que hizo desistir a los anteriores responsables del gobierno municipal de su descabellada pretensión de trasladar la Feria al Charco de la Pava; descabellada no tanto por el traslado en sí, sino por el nuevo modelo de Feria que se pretendía implantar en la nueva ubicación. Aquello de las casetas de dos plantas y tal, ¿se acuerdan? 

Una Feria gigantesca y brutal donde, so pretexto del demagógico argumento de la democratización, hubiera caseta para todo el mundo, o casi, lo cual implicaba, más o menos, levantar una Sevilla paralela de lona y tubos a la inundable verita del Guadalquivir. De aquello nos libramos por los pelos, fue casi de lo único que nos libramos, gracias precisamente a esta crisis que, si no fuera por sus otras y penosas consecuencias, estaríamos por pedir que durase unos cuantos años más.

Considerando la calor (lo escribo en femenino porque tiene enjundia y grados como para eso) que está haciendo esta Feria, cualquiera diría que hoy, dentro justo de un año, será Viernes Santo. Habrá que ver en qué se parecerá la meteorología de ese día a la que se espera para esta jornada. Los elementos están siendo este año particularmente exigentes con los sevillanos. Lluvia incesante en Semana Santa y calor insoportable en Feria. Algo parece estar probando nuestra paciencia; como si la paciencia del sevillano, manso y sumiso donde los haya, no estuviera ya de por si sobradamente acreditada.

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