La trompa de Hillary Swank

Como cada año, la alfombra roja rebosó glamour. A ella volvieron las estrellas, coronadas por los mejores diseñadores. Javier Bardem, traje (Prada) y corbata negros, paseó junto a su madre, Pilar, también de oscuro, su hermano Carlos y su sobrino. «Hola, buenas noches, que Dios reparta suerte», exclamó, para luego culpar a los Coen por el peinado de No es país para viejos, «Una broma insana». Abundaron los rostros empolvados, por aquello de las servidumbres del maquillaje televisivo, el cabello recogido y los moños, mientras los hombros asimétricos rompían la tiranía del escote palabra de honor (caso de Amy Ryan). Entre los clásicos del alfiler mandaron iconos como Christian Dior, Giorgio Armani (rey del esmoquin), o Valentino. 

Entre los más solicitados, George Clooney, Cate Blanchett, que vivió su noche aciaga (aspiraba dos premios y no ganó ninguno) vestida por Dries Van Noten y con joyas de Lorraine Schwartz, o la mulipremiada en anteriores ediciones Hillary Swank, con traje negro de Versace.

La 80ª edición de los Oscars supuso, en cualquier caso, el triunfo de la mesura. Negro (Samantha Harris, Bobbie Thomas) y rojo (Heidi Klum) dominaron una gala sobria, herida por las secuelas de la huelga de guionistas y atemorizada por la lluvia, que finalmente no apareció. La actriz Kelly Preston, mujer de un Travolta algo hierático tras la penúltima cirugía estética, presentó un vestido naranja de Roberto Cavalli. 

«La noche de los Oscar es para que podamos ponernos nuestras mejores galas con los trajes que nos prestan», espetó sonriente. Poco después, Marion Cotillard enamoró con su ropaje de sirena, escamas incluidas, de Jean Paul Gaultier, en tanto que la adorable Helen Page optaba por un vestido años 20 con plumas. El británico Daniel Day-Lewis, con dos aros de pirata, llegó del brazo de su esposa, la directora Rebecca Miller, valiente, con un traje barroquizado que algunos vieron excesivo.

Suma y sigue. Cameron Diaz, con el pelo recogido, casi como si acabara de levantarse, aunque engalanada por el rosa de Dior, quedó empalidecida por una radiante Penélope Cruz, de Chanel Couter y aureolada por joyas de rubíes y diamantes firmados por Chopard. Nicole Kidman, embarazada (como Blanchett y Jessica Alba, que iba de Marchesa y con joyas de Cartier), paseó un fastuoso Balenciaga, mientras Renée Zellweger, de Carolina Herrera, era barrida por la audacia de Heidi Klum, con su impontente Galliano rojo en plan años 40, quizá el modelo más celebrado de la noche. En el capítulo de las apariciones dudosas sobresalen Saoirse Ronan (15 años, verde imposible), la impagable aparición de Diablo Cody (guionista de Juno, de estampado felino, peinado egipcio, tatuaje diabólico y nervios), o la rúbrica de Tanya Gill sobre el cuerpo de Julie Christie.

Ruby Dee, la venerable nominada por American Gangster, perdió su último tren a bordo de un traje rojo oscuro, y la macizorra Nancy O'Dell, actriz de televisión, paseó muslo, gris y pedrería. Laura Spencer y Mary Hurt, de malva y amarillo, respectivamente, quebraron en parte la tiranía de los colores que Laura Linney, vestida de negro por el estadounidense Michael Kors, epitomizaba.

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