Iniciamos la operación biquini

Del mismo modo que los centros de estética y belleza o las revistas del ramo anuncian cada año, recién entrada la primavera, operaciones bikini para lograr que las mujeres nos animemos a gastar la pasta con el afán de conseguir un cuerpo diez, en la temporada estival, los partidos políticos, a la vista de las circunstancias tan adversas que les afligen, han hecho lo propio. Como si un juez de línea invisible hubiera disparado un tiro al aire, los partidos han empezado una carrera para ver qué formación alcanza los estándares que la ciudadanía reclama antes de próximas citas con las urnas.

Una nueva religión ha hecho mella en ellos: se llama transparencia. Como posesos, se han sacudido la desidia que les ha sido propia durante décadas y se atropellan unos a otros en el anhelo de demostrar que no tienen vergüenzas que ocultar. Venga a ofrecernos declaraciones de la renta y patrimonio, venga a exponer en público lo que debería haber sido público siempre, venga a lanzar brindis al sol para reconciliarse con una ciudadanía que les viene diciendo desde hace tiempo que así no, que así pasan, que así, con ellos, no cuenten.


Los más afectados por este virus de la transparencia son el PP y el PSOE, los dos partidos que más tienen que perder, que más están perdiendo a la luz de las encuestas. El caso Bárcenas ha precipitado esta orgía de diafanidad y nitidez que tiene a los dirigentes de ambas formaciones en un sinvivir constante.

Los estudios electorales y sus exégetas vienen advirtiendo desde mayo de 2010 que el bipartidismo se acabó en España. La primera señal fue la desmovilización del electorado socialista en respuesta a las meteduras de pata de Zapatero. La segunda, el cabreo de los votantes del PP con las políticas de Rajoy antes de que se cumpliera el primer aniversario de este en la Moncloa. El deterioro electoral del PP que sancionan las encuestas -3,9 millones de votos menos que en noviembre de 2011- no implica la remontada del PSOE. Pensar que con medidas estéticas de transparencia voluntarista van a lograr cicatrizar la herida por la que se les escapa una sangría de votos raya en la ingenuidad.

El personal se dirige harto hacia la abstención o vuelve su mirada hacia los llamados partidos aglutinantes, como Alternativa Galega de Esquerda (AGE), en Galicia, o Compromís en la Comunidad Valenciana. Lo escribimos hace tiempo: ni AGE ni Compromís se conforman con derrotar al PP. Quizás sea ese el objetivo clandestino de sus dirigentes, pero no el de sus votantes y/o simpatizantes: estos van contra el actual sistema y si se sienten traicionados por pactos o enjuagues postelectorales lo harán saber. Sus simpatizantes tienen dos espejos en los que mirarse: el de Syriza en Grecia -a muerte con los socialistas griegos del Pasok-, y el del movimiento Cinco Estrellas en Italia, crítico con el centroizquierda liderado por Bersani.

La tremenda desafección hacia la clase política y, en especial, hacia los dos grandes partidos que se han estado turnando en el poder, desde el declive de la UCD de Adolfo Suárez, requiere algo más que una operación bikini. Del mismo modo que la grasa acumulada y la celulitis alimentada durante años de sofá y falta de ejercicio no se eliminan con cremas caras que prometen milagros. Aquí lo que falta es liderazgo y proyecto. Lo dijo muy claro Iñaki Gabilondo el pasado lunes en la conferencia que dictó en el Club de Encuentro. Faltan políticos con mayúscula, dirigentes más preocupados por el bien común que por el propio y con una idea clara de los pasos que debemos seguir para poder afrontar la próxima crisis que nos llegue -ya saben, son cíclicas- en condiciones mejores de las que partimos para encarar la actual. Servidora, de momento, no los ve por ningún lado.

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