Conventos de cinco estrellas

Para Semana Santa, la pequeña ciudad balnearia de Nieuwpoort, de 8.000 habitantes, contará con un hotel de lujo más, provisto de once habitaciones con baño de marmol rosa al precio de 3.000 francos belgas (unas 10.000 pesetas). 

«Con desayuno incluído», precisa María Logghe, madre superiora del convento de las hermanas «Coletinas». Y es que el hotel «Clarenhof» ocupa una ala de un antiguo convento del siglo XVII en la principal arteria de Nieuwpoort. Esta parte del convento, hasta hace unos meses totalmente abandonada, fue comprada con la fortuna personal de María Logghe. Su intención es renovarla para convertirla en hotel de lujo. «Los tiempos han cambiado y nosotros también hemos evolucionado con nuestra época», declaraba la abadesa María Logghe, ante las críticas de Monseñor Roger Van Gheluwe, obispo de Brujas, sobre el tren de vida de la madre superiora del convento de las «Coletinas». Y si no decidió vender el convento, para no copiar la idea de sus compañeras de Brujas, es porque le sacará mayor provecho. Y es que la madre superiora ya tiene una larga experiencia empresarial. Maria Lhogge, de 49 años, ingresó en el convento en 1961. Seis años más tarde era elegida abadesa. 

La reconversión, ¿industrial?, del convento podía empezar. En el convento de Nieuwpoort se empezó la producción de un articulo religioso muy peculiar: una fabrica de hostias que sacó adelante la comunidad. Hoy día ya solo quedan tres monjas: 76, 77 y 78 años respectivamente, además de la abadesa. Las tres monjas siguen viviendo en una ala del convento, y están completamente separadas de la parte convertida en hotel. El anunció de la apertura del hotel «Clarenhof» no fue del agrado del obispo de Brujas. Según el portavoz del obispado, María Logghe ya no sería abadesa, ni siquiera religiosa, desde el 9 de abril de 1988. En esa fecha recibió el decreto que la suspendía de su estado de eclesiástica sobre orden de Roma. 

La abadesa tenía entonces 10 días para interponer un recurso de apelación. El 30 de junio de 1988, la Congregación romana de religiosas avisó al obispo de Brujas de que no había recibido ningún recurso, y que Maria Logghe era «excluída definitivamente». Pero, según la propia abadesa: «yo sigo perteneciendo a la congregación». Y señala que la última carta que recibió de la Congregación romana de religiosas confirma que su recurso de apelación sigue «en examen». Para el obispo de Brujas las cosas están claras, y cansado de tanta polémica decidió no hacer ningun otro comentario, sin olvidarse antes de desaprobar el «modo de vida» de la abadesa. Y recordó que el comportamiento más bien «mundano» de ésta se fue alejando de las normas de conducta dictadas por la congregación de las hermanas «Coletinas»: pobreza, oraciones, penitencia y hospitalidad. 

Ante las críticas del obispo, Logghe replica que «San Francisco y Santa Clara se aprovechaban de la belleza de la naturaleza; hoy se busca la belleza en los objetos que nos rodean». A Logghe se le olvidó el voto de pobreza, y el antiguo Mercedes en el que se desplazaba a la fabrica de hostias fue reemplazado por un lujoso Opel Senator.

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