Un chiste de belgas

La noticia de la abdicación instantánea del rey Balduino me pilló haciendo un bolo -es decir, dando una conferencia, en una pequeña ciudad del centro de Francia, país donde, ya se sabe, los habitantes de Bélgica desempeñan cumplidamente el papel que aquí nos ha dado por atribuir a los nativos del sufrido municipio de Lepe. 

Esto es tan cierto como que los chistes se repiten, y de hecho a mí me contaron nada más llegar que los belgas se congregaban en la plaza de sus respectivos pueblos todas las tardes con una desencajada sonrisa entre los labios para salir guapos en la foto del Meteosat. La única diferencia entre leperos y belgas consiste, al parecer, en la tranquilidad con la que los primeros han asumido su destino, que irrita sin embargo sobremanera a los segundos. 

Claro que Lepe está en España y Bélgica no está en Francia, y tal vez no haya que perder de vista este pequeño matiz. El caso es que a los franceses les ha divertido mucho la abdicación de Balduino, el último chiste de belgas. Más . allá de las risas y los comentarios de las sobremesas, al fin y al cabo académicas, a las que tuve la oportunidad de asistir, se percibía incluso un cierto tono de chunga en la redacción de esa noticia en la prensa, incluso en periódicos tan serios como Le Fígaro. 

Y sin embargo, al volver a casa, la actualidad de Bélgica me ha llamado de nuevo la atención por razones de alguna forma vinculadas a la sensibilidad de la conciencia de su soberano, pero de signo radicalmente opuesto. Una comunidad de ocho monjas clarisas ha vendido su residencia, un convento situado en el centro de Brujas, por 150 millones de pesetas nominales -en la práctica se baraja una cifra considerablemente más alta, y se ha largado al sur de Francia en un Mercedes blanco, para disfrutar del fin de sus días en un castillo de su propiedad. 

El obispo está que trina porque había desautorizado la venta. Su actitud denota solamente una grave falta de perspectiva histórica, dado que las clarisas de Brujas constituyen ahora el único factor capaz de reparar la fama de Balduino, y con ella, la del país entero. Porque si estas belgas son tontas, que venga Dios y lo vea.

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