Juan Carlos y Sofía paradigma de la tolerancia

Vivimos en la extenuación permanente. Atrapados por una absurda prisa sin retorno. Detenerse un momento a reflexionar sobre una miserable pintada es un lujo reservado a los millonarios de tiempo: los jubilados, sabios ellos. Este vetusto toledano, que podría llamarse Samuel Santángel, por ejemplo, permanece absorto en la calle Ancha, herido por una pintada neonazi. 

Con lemas como «judío asesino» fue recibido en la capital de las tres culturas el presidente de Israel. Haim Herzog. Quinientos años después, la intolerancia, el odio racial, la incuria enemiga del respeto a la opinión-religión ajena anida aún en algunos corazones. Son los herederos de los «Reyes Katólicos» y de su martillo de herejes, Torquemada. jefe de la temida «Inkisición». Los sefardíes, «kruelmente ekpulsados» de Sefarad, utilizan prolijamente la «k», esta letra dura y picuda, guía sonora de los alemanes. Cosas del destino. 

Quinientos años después, don Juan Carlos y doña Sofía, paradigmas de la tolerancia, han cerrado uno de los más oscuros, interesados y empobrecedores capítulos de la Historia de España. Oscuro, rojo oscuro más bien, por las salvajadas cometidas con los judíos, cuya presencia en España es anterior a godos y romanos. Interesados, porque la implacable Isabel, que en estos tiempos de lucro merece la santidad, expulsó a los «marranos» para pagar deudas contraídas en el exterminio a los otros herejes, los moros. Empobrecedores, porque la defenestración hebrea fue un paso atrás, cultural, económica, humanamente. «Sefarad ya no es nostalgia sino hogar».


«Que nunca más el odio o la intolerancia provoque desolación o el exilio». Palabra de Rey. Hasta ahora, cuando un sefardí oía la palabra Rey se le ponía la kipá, el gorrito blanco, de punta. El acto de la sinagoga de Madrid del pasado miércoles ha de pasar a la Historia de España para paliar esta página negrísima de la diáspora hebrea. Pero no parece que exista interés público por situar en lugar preeminente la firma de la paz con los judíos, cinco centurias después. Allí estuvo el Rey, la Reina, y una corte larga de ministros, alcaldes, secretarios de Estado, líderes políticos de segunda fila en la segunda fila... Pero no estaban todos. 

Había dos clamorosas e incomprensibles ausencias. Felipe González, tan amante del proverbio chino, del gato negro y del gato blanco, de la cultura japonesa y del cultivo del bonsai, tan entusiasmado por el nuevo orden del amigo americano, faltó. El presidente del Gobierno estaba ocupado aquel día, preparando la maleta. Al día siguiente estaba citado en Washington por George Bush. 

Hubo otra segunda ausencia en la Sinagoga de Madrid: el jefe de la oposición, José María Aznar. Este cristianodemocristiano joven se fue también a hacer las Américas. Insensible a la historia -craso error, enorme calamidad para un aspirante a ganar-, o mal aconsejado, prefirió una entrevista con el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, el otro amigo americano de Felipe, a ratificar con su presencia la paz con los judíos. Más vale pensar que en esta decisión no contó el cálculo matemático de los escasos 12.000 votos que representa la comunidad judía en España. Judío: usurero, avaro, explotador, cicatero. Ladino: taimado, pícaro, zorro, cazurro. Marrano: cerdo, puerco, animal, hombre sucio. 

Tal vez no sea un locura pedir que, en estos tiempos en los que la Real Academia santifica la palabra gilipollas, los padres de la Lengua Española, los medios de comunicación, las escuelas..., hicieran todos un esfuerzo para borrar el sentido peyorativo de una serie de palabras que pertenecen a un pueblo. Samuel Santángel, descendiente, por qué no, de aquel adinerado judío que financió el primer viaje de Colón, otro descendiente de judíos, medita sobre una de las asquerosas pintadas aparecidas en Toledo. El viejo y sabio Samuel conocerá, como buen toledano que es, uno de los proverbios más hermosos que uno ha escuchado jamás: «Una madre cristiana le dice a su hijo: come o te mato; una madre judía le dice a su hijo: come o me mato».

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