Cementerios nucleares

«Al empezar la Guerra del Golfo, me alisté como voluntario para atender a los heridos de ambas partes. Cuando regresé, comencé a enfermar, no sabía por qué. Creí que me volvía loco...» Ray Bristow, un veterano de guerra británico, descubrió que estaba afectado por el llamado síndrome de la Guerra del Golfo.

Como él, miles de soldados que participaron en la intervención contra Irak han sentido estos síntomas. La causa, la utilización de uranio empobrecido en el armamento nuclear que los aliados lanzaron contra suelo iraquí.

El Comité de Solidaridad por la Causa Arabe analiza este fin de semana en un seminario internacional que se celebra en Gijón los efectos de este material radiactivo en la salud humana y en el medio ambiente.

El uranio empobrecido es, en realidad, un residuo. Resulta de la producción del combustible destinado a los reactores nucleares y las bombas atómicas. El uranio U-235 que se utiliza en la industria civil y militar nuclear es enriquecido previamente aumentando de forma artificial su cantidad de isótopos (átomos) fisionables.

En este proceso se producen gran cantidad de desechos radiactivos, obteniéndose el uranio empobrecido, ya con isótopos no fisionables. Este material es altamente radiactivo: su vida media es de 4.500 millones de años. Debido a que el proceso de almacenamiento y aislamiento es muy caro, los departamentos de Defensa lo ceden de forma gratuita a las empresas de armamento.

La industria armamentística estadounidense utiliza, desde 1977, este material en blindados y aviones, así como en la munición convencional. También sirven como componentes de aparatos de navegación y se usa en las pruebas de los misiles tomahawk. En el organismo, el uranio empobrecido no se disuelve en la sangre y deteriora los huesos y los músculos; sus radiaciones provocan muerte celular y mutaciones genéticas.

«Nunca he visto tal destrucción», cuenta Carol Picou, sargento retirada del Ejército estadounidense y veterana de la Guerra del Golfo, refiriéndose a sus años de servicio en este conflicto. «He visto cómo la gente se derretía en sus vehículos cuando los misiles impactaban sobre ellos. Tanques, artillería, personas, todo se volvía una masa negra. Nunca pensé que Estados Unidos utilizara un arma como ésta contra ningún país», dice Picou, al borde del llanto.

Desde que acabó la Guerra del Golfo, más de 8.000 soldados estadounidenses han muerto por causa del deterioro físico provocado por la exposición al uranio empobrecido. Unos 32.000 ex soldados morirán en los próximos años en EEUU por la misma causa. Sin embargo, los gobiernos de EEUU y Gran Bretaña no reconocen la existencia del llamado síndrome de la Guerra del Golfo.

Todo hace pensar que, en Irak las cifras de sus víctimas son muy superiores. Y la situación se complica cuando se cae en la cuenta de que, por causa del embargo, Irak carece de recursos médicos para aliviar el sufrimiento de las víctimas.

Niños que no habían nacido cuando Irak invadió Kuwait, en agosto de 1990, sufren hoy las terribles consecuencias. Se estima que el uranio empobrecido podría haber afectado a más de 250.000 iraquíes.

Desde el fin de la Guerra del Golfo, medio millón de niños ha muerto en Irak. «Han aparecido nuevos casos de cáncer que antes no teníamos, como el cáncer de útero, han aumentado los casos de leucemia, especialmente en los niños. Las deformaciones en los fetos son cada vez más frecuentes y muchos nacen sin ojos, sin brazos o sin piernas», señala Mona Kammas, catedrática de Patología de la Universidad de Bagdad.

Las consecuencias de este material radiactivo nos recuerdan a las que provocaron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Pero el siguiente dato confirma los niveles alcanzados 55 años después: los aliados lanzaron en Irak el equivalente a siete bombas atómicas como la de Hiroshima.

No hay lugar a la esperanza si tenemos en cuenta que la OTAN recurrió al uso de bombas con uranio empobrecido durante su intervención en Bosnia, en 1996, y contra Yugoslavia, en 1999. Un millar de niños residentes en las regiones de la antigua Yugoslavia sufren ya como los niños iraquíes.

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