Monos desnudos

Un artículo entusiasta y cientifista de L.M. Fuentes, esa minerva gaditana con voz tan propia, representaba ayer el «progreso» humano congelado en la doble imagen del mono asesino y la danza cósmica de esa película de la que todo el mundo habla estos días, como es natural: de 2001, odisea del espacio.

Sostiene en él nuestro joven publicista que el arma asesina sería la primera señal de la inteligencia y que la religión (esa noción tan equívoca que no viene de religare, como suele decirse, sino de relegere: ojo) vendría a ser algo así como el signo o indicador de progreso de una especie que detestara, finalmente, mantenerse en el nivel del simio y decidiera pelechar en cuerpo y alma hasta poder mostrarse sin escándalo como el «mono vestido» en el escaparate universal. Cuestión de atuendos, Luismi, créeme.

Te recuerdo la fábula de Kafka sobre el mono transformado en hombre y elevado a académico -¡qué gran ironía, ¿no?!- que luego iba degenerando a ojos vista del espectador hasta reencarnar, cinchado dentro del smoking culto, en el animal primigenio e inevitable que todos -como tú dices, aunque unos más que otros- llevamos dentro. Ahora bien, no dudemos demasiado del «progreso» siquiera sea en sus infinitas modalidades. Yo mismo medito muchas veces sobre el milagro de mi pulgar opósito y, para qué engañarte, pienso otras tantas en qué sería de nuestra muchachada sin ese adminículo del teléfono móvil. Fíjate.

Fuentes aplica el cuento a Chaves y ve en el «salto radical» anunciado por nuestro concudator aquel monolito basáltico que señoreaba ingrávido el espacio infinito como una metáfora de Dios, ciertamente trivial, si se la compara con las imágenes de Pascal o de Hilario de Poitiers o de Juan Evangelista, aunque qué duda cabe de que impresionante bajo esa banda sonora.

Pero Fuentes lo hace porque es joven y no recuerda «el Gran Salto Adelante» que programó otro que yo me sé, ni otras tantas piruetas, brincos, saltos y saltitos que han anunciado todos cuantos han permanecido en el machito más de media hora.

Anunciar el cambio es la forma que tiene todo Poder de eludir el juicio sobre su fracaso absoluto o relativo, el remedio de todo jefe de manada que abandona un territorio saqueado para instalarse con la horda en otro rebosante de bayas y hojas tiernas. Eso sí, tampoco caben dudas de que bajo esa humanidad convencional late el primate agresor, el mono desnudo -ay, Desmod Morris, gilipollas- tan difícil de distinguir de la mona vestida.

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