No te quites el sayo hasta el cuarenta de mayo

Las cigüeñas se han anticipado. Vuelven a una primavera prematura, cuando todavía ni siquiera ha pasado el invierno. Al árbol de mi ventana le talaron con sus hojas verdes y era una lástima verle sometido a un calendario burocrático, cuando todavía pimpaban sus ramas ajenas a la voluntad codificada de los jardineros. Y es que la Naturaleza tiene unas leyes regulares, pero anárquicas, imprevisibles, dicen, aunque cíclicas. 

Basta con que se modifique el tiempo para que todo se demore o se anticipe. Las cigüeñas de la infancia volaban siempre con sus niños colgados del pico y cestitos de almendras dulces para los hermanos.Venían de París. Pero ahora hemos perdido la inocencia y ellas sin finalidad alguna retornan a destiempo tan perplejas como los hombres, que últimamente no saben a qué carta quedarse. La demasiada información confunde, aturrulla. 

Estábamos acostumbrados a ciclos regulares con estaciones previsibles, con meses rigurosos y cumplidores: «En abril aguas mil» o ese tan conservador de «Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo». Y de pronto no sirven los refranes, ni basta previsión alguna ni la información por redundante y múltiple crea lagunas de indiferencia, de aceptación en unos cerebros lentos y pocos preparados. Información-desinformación. No queda tiempo para la meditación y la leyenda. 

Todo es simultáneo y sucesivo, atropellado. Somos cigüeñas desorientadas pero cabezonas, empeñadas en extraer principios, leyes generales, conclusiones y en un mosaico cada vez más heterogéno incluimos los datos, barajando variantes, imponiendo un sentido. Saltamos del gamín colombiano al cementerio nuclear, del chip japonés a las convulsiones nacionalistas, de Nicaragua a Camboya y de la inflación del 5% a la catástrofe argentina. 

Vacilamos entre lo particular y lo general y vamos dejando cadáveres amontonados en la cuneta y en las fosas comunes con la impunidad que brinda la estadística. Pero a veces nos detenemos, miramos hacia el campanario y nos parece ver todavía a la cigüeña que regresa con el niño en el hatillo, porque seguimos añorando el milagro...

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