La Zarzuela da dolor de cabeza

EL martes se inauguró una exposición de Intermon en el ombligo del Retiro, «Redescubrir América Latina», que los pepés cerraron a los tres días, con gran cinismo, por cuestiones de orden y pundonor. Por lo visto, constaba de una serie de panelillos que hacían una «leve apología del terrorismo», al mencionar la hambruna generalizada del 44% de la población, el tema insoslayable de las guerrillas y la Teología de la Liberación, los golpes de Estado y los cardenales de la represión. El señorito Curiel califica de grave este cierre, un «acto de integrismo ideológico», el primer incidente serio del Madrid92.


Sin embargo, el Consorcio habla ya de éxito y esplendor: el Preludio de Halffter creen que puede pasar a la historia, al igual que la cantata paulina de Luis de Pablo, -oí cómo le decía López de Osaba al estravagante crítico musical José Luis Téllez en la catedral; la revista La capital agotó su primera tirada en unas horas; el público asiste masivamente al Café de Corte flamenco y los conciertos de jazz; 25.000 personas han visto «el mundo micénico» en el Museo Arqueológico, los bellísimos restos materiales de la primera civilización avanzada del continente europeo: frescos, tazones, estatuillas votivas, tablillas, marfiles y cerámicas arracimadas en un montaje tipo joyería hortera, pero digno de verse por una vez en Madrid. A diferencia del Consorcio, el Alto Patronato de la exterminación inauguró, con Rey y todo, unos días antes, en la carpa del V Centenario, la muestra «500 años después Imaginar el futuro»: miles de paneles explicativos y no subversivos, sobre los cientos de programas realizados, el despliegue y las potencialidades de los pueblos iberoamericanos olvidados.

En espera de que nos lleguen los videocassettes y fascículos del Papa, -con títulos tan sugestivos como: «Un día en la vida del Papa», «Yo también fui obrero» y «No tengáis miedo»- para estar a la derniere en los asuntos espirituales, nos consolamos el sábado con el estupendo concierto de Pablo Moses en el Revolver Club. Un rastaman de voz cavernosa e hipnótica. Llenazo de jóvenes pasotas con gorros, olddies marchosos y negros, el público vibró hasta las 4 a.m., un poco indiferente al alto contenido político del mitin africano; you know, Reggae is no glamour, -Reggae is honour. Esa misma noche, en el San Juan Evangelista, unos pocos tuvieron la suerte de oír a Camarón de la Isla, acompañado, como siempre del rico Tomatito, -qué dos genios, sres.- y cuentan que fue un auténtico delirio; yo no sé qué hace el Estado que no los nombran sires. Pero no, los honores eran para La Zarzuela, La Dueña de Robert Gerhard, que se pudo ver el lunes, un culebrón operístico, la casa por la ventana, el no va más. Ros Marbá la dirigió maravillosamente, los ingleses cantaron pasablemente, el vestuario se lució y el cuerpo de baile, -ora de monja que se marcaba una sevillana, ora de novicio lascivo que se tiraba, literalmente, a una gitana en la catedral- hizo el ridículo, pero el público se rió, especialmente Manuel Gutiérrez Aragón y su encantadora esposa. También estaba por allí Lourdes Ortiz, Cebrián y su mujer-visón, el incombustible Guillermo Heras con coletita, Haro Tecglen, Vicente Molina Foix con Manoló, el médico bombón, el ilustrísimo Tomás Pollán. 

iPor los clavos de Cristo!, La Dueña no es La Atlántida de Falla, la música era repetitiva, por tramos soportable,pero como cualquier opereta, zarzuela alta o baja, a la postre produce un dolor cabezón. Ole con óle y olé, en el cuarto de baño del restaurante La Ancha, donde cenaban Sacristán con su argentina, Ros Marbá y otra gente bien, oí comentara unas señoronas provincianas «que había que llevarla a Sevilla ya». Total, que para descansar de tanta producción nacional, nada mejor que ir al cine a ver algún que otro estreno multirracial: La doble vida de Verónica, del polaco afrancesado Krysztof Kieslowski, es una película por momentos sublime, como la escena del canto y la muerte súbita, pero vaga, que desaprovecha su fabuloso argumento del doble, envenenada de ese desconcierto francés tan fin du siécle. Mucho más divertida, sin embargo, es una película bastante peor: Labios ardientes, del americano Dennis Hoopper. Madrid, a diferencia de una América cada vez más puritana e hipócrita, véase si no la actual campaña, sí que está preparada para ver el culo de Don Johnson, faltaría más. El martes 28 se precipitaron en tromba los acontecimientos. Rueda de prensa, a la que no faltó ningún medio, del gran escultor contemporáneo Richard Serra, unas horas antes de abrir al público la macroexposición de tan sólo 16 piezas. Después de diez días de montaje con el equipo alemán de Serra, los sótanos del Sofidú están cambiados. Vinculado a España por su padre, se mostró muy complacido con la capital y con María Corral en particular, esta sra. tan culta y perfecta, en tonos azul pastel y marrón. A las ocho se inauguró el ciclo «Música Celestial» en la catedral, con la cantata Antigua fe de Luis de Pablo y fue toda una revelación. Concejales, gente corriente y moliente pudieron disfrutar de este sueño de América, increíblemente cantado por la bella soprano Pilar Jurado, acompañada de un coro masculino inglés y nuestra Orquesta Sinfónica.

De noche, otra juerga flamenca en la III Tribuna de Flamenco del Centro Cultural de la Villa, con Adela la Chaqueta, algo liviana y María Soleá, un terremoto de negro, con la enagua de puntillas blanca. El espectáculo fue corto y caluroso, muy respondido por el público, aunque tienen tres palmeros que son inaguantables porque intervienen en tó sin ritmo y encima -menos uno- bailan fatal. En el descansillo presume, reluce, la troupe de Pedro Almodóvar, con traje negro, camisa encarná y patillas, Rosita de Palma con juveniles coletas, Bibi Andersen cada vez más hombruna y maquillada, algunos perritos falderos muy modernos y Carlos Herrera, el saleroso presentador. El miércoles 29 Lourdes Ortiz nos reunía a una serie de amigos escritores a comer para presentar su nueva novela, Antes de la batalla, editada por Planeta: José Luis Sampedro, que está escribiendo sobre los Reales Alcázares con Gloria, su dulce secretaria; la autora en seda, bien trajeada; Satué; Almudena Grandes, más delgada pero con los mismos modales; Rioyo; Fanny Rubio; Juan Cruz; Sánchez Dragó, que me invitó a practicar el Tao como si yo no tuviera otra cosa que hacer; Rosa María Pereda; Barnatán, muy mirón; el adorable Villena; en fin, aquello parecía la clase entera y es que nadie se había leído la lección. De madrugada en Chenel, abarrotado, cantó José Menese, a punto de caramelo que está «el cabezón»; al toque, Enrique de Melchor, que no era para menos. Menese tiene una voz pura, potente, sentado en la silla que rompió, cerraba los ojos y movía las manos como cuchillas. El pintor Angel Baltasar se ocupó de grabar la actuación. Al terminar, Verdú, que lleva el mejor programa de flamenco en Onda Cero, me presenta a la bestia, ésta me acaricia la mejilla con su mano regordeta y me entra el temblor. El jueves Barceló inauguró en la galería de Soledad Lorenzo y el pobre, embutido en unos pantalones rojos, entre la marabunta de cultos, modelos y mirones, decía que aquello no era una exposición, sino un burdel y creo que tenía razón. De repente, agarró de la mano a Borja Casani y se largó.

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