Spotify el DJ a la carta

Alicia Roselló versus Jessica Boston, armadas con sus iPods. De árbitro, el venezolano Enrique Doza, con un aplaudímetro de cartón y unos Ferrero Rocher para la ganadora, es decir, la que haga bailar más al público y le sorprenda con canciones imposibles, como un bootleg de Orinoco flow de Enya y Smack my bitch up de The Prodigy (es el golpe de gracia que siempre le pega Roselló a Boston). Ése es el planteamiento de las Batallas de iPods que hacían regularmente en el Bar Gusto del barrio de Gràcia hasta que el local cambió de nombre y de rumbo, así que ahora buscan nuevo campo de batalla. Huyen de la denominación DJ porque «siempre ha estado muy sobrevalorada», comenta Roselló, y de hecho, quieren desentronizar la imagen del pinchadiscos y llevarla «a un nivel más terrenal», porque cualquiera con un reproductor de mp3 e interés musical puede hacer bailar a la gente más que un profesional, dice el árbitro. «¡A democratizar los platos!», espetan enarbolando sus iPods.


Para ellos, con el formato mp3 todo son ventajas con respecto a los CDs, los minidisc, las cassettes y los vinilos: no pesa, no ocupa sitio y tienen todo el repertorio a un click. «Es práctico. La gente te pide canciones y miras al momento si las tienes. Si tuviésemos que hacerlo con discos, madre mía...», reconoce Roselló. Boston creyó que el minidisc iba a ser el futuro y duró «un año». En una vitrina para las cosas bonitas guardan uno de Michael Jackson que encontró un amigo suyo tirado en un almacén de El Corte Inglés. Pero ahí acaba su relación con este formato de gloria efímera, barrido por los mp3.

Con la irrupción del programa Spotify, que permite escuchar música por streaming, le han dado otra vuelta de tuerca a las fiestas: en las Spotify Battles, que organizan con dos ordenadores en el local Miscelània de Barcelona una vez al mes, gana el que tenga más aplausos y le hayan saltado menos anuncios. El vencedor elige a su próximo contrincante, y así hasta el infinito. «Spotify da pie a improvisar todavía más. Es el DJ a la carta», comenta Roselló. Para algunos no es una batalla porque no se tiene que preparar tanto el setlist. Para otros sí lo es, sólo que tienen más armas. Sea con iPod o con Spotify, los DJs siempre ponen una canción cada uno y la intención es la misma: «pasarlo genial, es lo que nos interesa. Sólo tenemos dos días de fiesta a la semana y queremos bailar», explica Boston, que se desmanga en coreografías con Roselló cada vez que pinchan.

«Los profesionales hacen mezclas. Nosotras ponemos la canción y salimos pitando a bailar con la gente, y luego tenemos que volver corriendo para poner la siguiente, pero no importa», dice la inglesa. Las amigas de las luchadoras incluso se lesionan bailando con su selección musical: una hizo un salto digno de la película Flashdance, según Roselló, con una canción de Baxendale y se rompió un pie. What a feeling... Así que el taxi de vuelta a casa hizo parada en el servicio de urgencias del Hospital Clínic, y se lo escayolaron durante un mes.

Hasta el momento han hecho ocho batallas de iPods entre ellas y con otras parejas, pero siempre temáticas: en una, la premisa era poner sólo música de los años 90, y en el flyer de convocatoria -que siempre diseña Boston- salía Cobi escuchando música en un iPod. En otra se enfrentaron al dúo Comte d'Urgell y se llamó Druidas versus Sirenas, por sus disfraces. «En aquella había máquina de humo y todo», recuerda Roselló. Aunque se enfrentan para ganar, «llega un momento en el que la gente se lo pasa tan bien que no importa quien venza», comenta Doza, quien asegura que el gusto musical de los de Barcelona «suele ser... muy elaborado», dice precavido. «No se atreven a poner según qué», sigue Roselló, y al final él se lanza: «no son capaces de decir: vamos a pasarlo bien, vamos a poner cualquier cosa de lo que escuchamos en casa». Roselló y Boston empiezan comedidas, con música indie pero formal, y acaban desfasando con Backstreet Boys, Lady Gaga, Vengaboys o ABBA. «La gente flipa y está emocionadísima. Una vez, cuando todo el mundo iba super chuzo, puse la canción de Punky Brewster», dice, orgullosa, Roselló. Encontrar según qué rarezas requiere horas y horas de búsqueda por YouTube, de donde bajan la mayoría de la música que utilizan para sus sesiones -«Sgae, es mentira», piden que pongamos, por si acaso-.

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