Trepando por el monte embarazada

Ofer, teniente de paracaidistas, se limpia con el dorso de la mano el escupitajo que ha recibido en pleno rostro. El oficial solloza de impotencia frente a un chaval de unos doce años, que se aferra tenazmente al tronco de un árbol. «Por última vez», le implora el militar «o te vienes por las buenas o te arreo a patadas». El chico le vuelve a escupir: «calla la boca, terrorista de m... ¿Cómo te atreves a llevar ese uniforme?»

Ofer es uno de los 300 agentes que han venido a desalojar a los colonos de Guivat Artís, una colina yerma, ubicada al sureste de Jerusalén. De los 200 pobladores judíos que la ocuparon, más de la mitad eran niños y mujeres. Ofer y sus compañeros tenían órdenes de proceder con guantes de seda. De hacerles bajar sin responder a los numerosos puntapiés que les propinaban los niños ni a los arañazos de sus madres, de las cuales más de una trepó al monte embarazada. «Recordad que esta gente son sangre de nuestra sangre. Así que serenidad y cortesía», indicó a los soldados Ilán Birán, jefe militar de Cisjordania.

La mayoría de los colonos habían llegado la noche anterior procedentes de Beit El, un asentamiento ubicado a tiro de piedra de Guivat Artís. Durante la mañana se les incorporó un contingente de las colonias vecinas y más tarde los pobladores que habían sido detenidos en la víspera, tras enfrentarse con la Policía en Guivat Dagán, otro territorio que se han propuesto «liberar» de manos de los palestinos. Esta no consigue interceptarles, ya que obedecen a una disciplina militar y conocen mejor el terreno.

«Esto no es un juego. La guerra por la Tierra Santa ha comenzado», proclamó Eliakim Haetzni, veterano de todas las campañas que han protagonizado los colonos en su afán de recrear el Gran Israel.


Hasta que llegaron los agentes, la ocupación de Guivat Artís asemejaba un festival de rock religioso. Algún colono sacó su acordeón y su guitarra y se pusieron a entonar himnos al Creador y loas a los terebintos (árboles) sagrados que crecen en la vecindad. Pero cuando vieron aparecer a los agentes, la beatitud se les mudó en una expresión hostil.

«Resistencia, resistencia», atronó la voz de un colono por el megáfono. Los pobladores se ataron fuertemente a las rocas, hasta hacerse sangrar los tobillos. «De aquí no nos mueven», repetían compulsivamente. Hubo un momento de incertidumbre, que parecía eterno, en el que ambos bandos midieron sus fuerzas. Los hombres que estaban en la colina se cubrieron con sus mantos (talit) y comenzaron a rezar, «bendito seas oh, dios»...

Los hombres que estaban en la carretera se pusieron tensos hasta que sonó un silbato y esa fue la señal para que se lanzaran monte arriba. Lo primero que intentaron fue desmantelar las dos viviendas prefabricadas que los colonos habían instalado durante la noche. Una de las estructuras servía de sinagoga y cuando los agentes llegaron a ella se armó una batahola infernal. «Sacrilegio, sacrilegio», gritaban las mujeres que defendían el templo. Entonces se produjo una escena surrealista: una mujer hermosa, con los ojos como ascuas, se puso a abofetear a un soldado sin que éste atinara a hacer nada. Simplemente se quedó parado allí, recibiendo la descarga de ira. Claro, no podía actuar porque si un hombre tocara a una mujer ortodoxa, cometería una grave falta religiosa.

Un oficial que observaba la escena mordiéndose los labios de rabia, alertó a las mujeres soldado, traídas expresamente para responder a situaciones como ésta. «Adelante chicas, ya sabéis lo que se debe hacer», las alentó. Las jóvenes subieron ágilmente por el roquerío y en un momento comenzaron a tirarse de los cabellos con sus contrincantes. Tuvieron que soportar mordiscos y patadas, pero al cabo de un rato la vivienda fue desmantelada y las colonas llorosas (las chicas del Ejército también lloraban) se encontraron al pie de la colina, reducida su agresividad, prestando declaraciones ante una oficial.

Pasado el mediodía las fuerzas de seguridad habían arrestado, entre vahídos y desmayos, a más de cien colonos. La mayoría serían puestos en libertad en pocas horas.

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